domingo, 25 de diciembre de 2011

¿QUÉ PRI ES EL QUE VUELVE?

EL PAÍS, 13 de julio de 2011         
                                                         
M. A. BASTENIER

El PRI vuelve , aunque nunca se había ido, como demostraba su victoria en las legislativas de 2009 que le daban la mayoría en la cámara. Y hoy, tras haber ganado 12 de las 17 últimas elecciones a gobernadores de Estado, parece imparable su marcha hacia la victoria en las presidenciales de 2012. Pero ¿qué partido regresa? ¿El que fue amo de México durante casi todo el siglo XX, y se hundía en los 90 aquejado de gravísimos chanchullos electorales?; ¿o una formación renovada, cuyo candidato es un hombre sanitariamente alejado de los dinosaurios, llamado Enrique Peña Nieto?  El gran despegue del partido puede datarse del pasado 3 de julio, en que Eruviel Ávila vencía en las elecciones a gobernador del Estado de México. Peña Nieto que era el gobernador saliente y había designado a Ávila, veía el resultado como un plebiscito sobre su persona, lo que corroboraban todas las encuestas proclamándole al día siguiente gran favorito para 2012.    
    En su informe de gobierno de 2009 el presidente Felipe Calderón, -del derechista PAN- junto a advocaciones piadosas como la reforma con que alcanzar una educación de calidad, se centraba en la lucha contra el narco-crimen para reducir “una amenaza a la seguridad nacional a solo un problema policial”. Y ahí es donde le duele. Desde su toma de posesión en 2006 se han producido cerca  de 30.000 muertes relacionadas con el narco, y el hecho de que la mayoría se deba a vendettas entre cárteles no es consuelo para la ciudadanía. El político y escritor, Jorge Castañeda acusa al poder de haber despertado al león dormido en una batalla que no podía ganar porque, entre otras cosas, hay que preguntarse de qué lado está la policía. Por eso el presidente lanzó al Ejército a librar una batalla en la que parecía elefante en cacharrería. Y aunque ha habido progresos como la creación en 2009 de un ‘CSI’ para la interceptación electrónica, que permite pasar de las armas de fuego a la lucha de ‘inteligencia’, no hay candidato panista que pueda pensar seriamente en ganar el año próximo.       
     Calderón, que en 2006 había sucedido a su correligionario Vicente Fox, tenía que elegir entre dos posibles alianzas. Con el PRI, contando con sus escaños en la cámara para aprobar las reformas, o con la izquierda, el PRD, para hacer causa común en las elecciones a gobernador y tratar de evitar así una victoria tras otra del PRI. Y aunque el presidente prefería esta segunda alianza, a consecuencia de la cual el partido de Peña Nieto había perdido en los últimos dos años varias gobernaciones, acabó sin reformas y con el PRI dominando el centro del campo. Disensiones en la izquierda habían impedido que el pacto PAN-PRD se reeditara en los comicios del día 3, lo que facilitaba la victoria del sucesor de Peña en el crucial Estado de México.
    El país, ya en plena campaña electoral, no va a dejar de interrogarse durante todo el año hasta las presidenciales de 2012 sobre la personalidad del candidato priísta. Enrique Peña Nieto, de 44 años, viudo y casado en segundas nupcias con la estrella de culebrones Angélica Rivera, sería físicamente del formato Kennedy-criollo. Pero de su acumen político hay que destacar la manera en que ha sabido granjearse el apoyo de Elba Esther Gordillo, líder desde 1989 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, con un millón de afiliados, seguramente el sindicato más poderoso de América Latina, así como  colocar en marzo pasado a su hombre ligio, Humberto Moreiras en la presidencia del partido; porque en México para ganar elecciones primero hay que ganarse el partido; el que sea.
    Pero no faltan los escépticos. Jorge Zepeda, ex director de El Universal, escribía del candidato: “Difícilmente puede recordarse alguna tesis suya que no sea un lema de márketing”, empeño en el que su mano derecha es Alejandro Quintero, de TV Promo y Televisa. Y también hay quienes lo vinculan al ex presidente Carlos Salinas de Gortari, uno de los recuerdos menos agraciados del PRI, en aquel su fin de reinado.
    Con el PAN imposibilitado por la guerra al narco; el PRD dividido entre Marcelo Ebrard, el preferido del aparato, y Andrés Manuel López Obrador, derrotado por Calderón en 2006, y filo-chavista, que amenaza con romperlo todo si no es elegido candidato, como escribe Rubén Aguilar: “Peña Nieto tiene la mesa más puesta que nunca”. Aunque no se sepa qué PRI es el que representa.  
   

DEL KIRCHNERISMO AL CRISTINISMO

EL PAIS, 29 de junio de 2011 

M. A. BASTENIER
La capacidad reproductora del peronismo, y, en general, de las formaciones políticas argentinas parece más ilimitada que nunca. Con el anuncio de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner de que sería la candidata del peronismo oficial (partido Justicialista) en las presidenciales del 23 de octubre, estalla una concentración/dispersión de ‘ismos’, que dice mucho sobre la bancarrota de un sistema de partidos poseedor, sin embargo, de una mala salud de hierro.
   La gran transformación en curso es la del kirchnerismo -del expresidente y esposo de la presidenta, Néstor Kirchner, fallecido el año pasado- en ‘cristinismo’, la última reencarnación del credo que inventó el general Perón. El ‘cristinismo’ había cobrado ya forma en el último año de presidencia, pero es ahora, cuando la viuda sucede al marido que debía haber sido el candidato, cuando habría que concretar qué aporta a la historia del  peronismo. El kirchnerismo se presentaba como una superación por la izquierda del partido, entendido en su versión oficial y burocrática. Y el ‘cristinismo’ incide en esa misma vía, pero con una impronta aún más estridente y popular. Entre las organizaciones que forman su punta de lanza están el Movimiento Evita –la encomendación al gran icono nacional es siempre inevitable-, el Frente Transversal que expone en el nombre la geometría de sus intenciones, y la Cámpora, agrupamiento que dirige el propio hijo de la presidenta, Máximo de 33 años, que en su advocación de Héctor Cámpora, presidente durante 49 días en 1973 que no le hacía ascos a la guerrilla montonera, subraya el distanciamiento del peronismo oficial. Y todos esos movimientos se integran como en un juego de muñecas rusas en la Corriente Nacional de la Militancia que, a su vez, forma parte del Frente de la Victoria, la coalición electoral encabezada por Cristina Fernández.
     Pero la partenogénesis afecta igualmente al peronismo independiente. Existe una disidencia conocida como peronismo federal, cuyo líder es el expresidente Eduardo Duhalde, que no cuenta con apoyos extrapartidarios significativos, así como una disidencia de la disidencia encabezada por los hermanos Alberto y Alfredo Rodríguez Saá, de los que el segundo también fue presidente durante una semana en el caos que sucedió a la dimisión del mandatario –radical- Fernando De la Rúa en diciembre de 2001, y que se distinguió por propugnar el impago de la deuda exterior, en un acto más de chulería que de política. La tendencia dinástica, o transmisión de las aspiraciones presidenciales de padres a hijos –Ricardo Alfonsín, candidato radical, es hijo del difunto presidente Raúl Alfonsín- o esposos a viudas, se une en el caso de la señora presidenta a un personalismo extremo, de capillita, que hace que el suelo urbano más caro del país sean los accesos a los 70 metros cuadrados del despacho de la líder en la Casa Rosada, guardados celosamente por su más estrecho colaborador, el subsecretario legal y técnico, Carlos Zannini.
    Alfonsín jr. no ha conseguido armar la gran coalición pan-radical, que, para garantizar el pase a segunda vuelta, habría tenido que atraerse a los socialistas de Hermes Binner –que se presenta como candidato en solitario-, y a la mayor parte del peronismo disidente. Pero a pesar de ese fraccionamiento del sufragio que se declara peronista, la presidenta tendría hoy la reelección en el bolsillo, en parte porque la nueva ley electoral le permitiría ganar en primer vuelta con el 45% de los votos -las encuestas le dan el 50%- o el 40% si aventaja en 10 puntos al segundo. Los apostadores dan como muy probable que la pugna enfrente a “viuda y huérfano”.
    Las dos grandes formaciones partidarias del país, peronismo y radicalismo, coinciden en su aspiración a copar la práctica totalidad de los votantes, son partidos-omnibús que abarcan todo el espectro político, y se articulan más como confederaciones de sensibilidades e intereses provinciales que como partidos nacionales centralizados, con lo que dejan muy poco espacio ideológico a otras opciones. El peronismo, por añadidura, es una Iglesia que se concibe como ecuménica, y el radicalismo, siempre un poco a remolque, como una logia que hace del laicismo su anti-Iglesia. El socialismo e incluso el guerrillerismo tanto como el nacionalismo más rabioso de derecha o izquierda, y con el presidente Carlos Menem en los años 90 hasta el neo-liberalismo, todos caben en las toldas peronistas; de igual forma, la socialdemocracia europea o el liberalismo burgués están bien vistos entre los radicales.
    Así es como un sistema de partidos tan exhausto como insustituible afronta los comicios de octubre. 
   
      

viernes, 23 de diciembre de 2011

"El conservador revolucionario"

(Prólogo para el libro de J. A.Sorolla sobre Sarkozy)

Marzo, 2011                       

M. A. BASTENIER
Nicolas Sarkozy es un poliedro sobre el que el periodista José Antonio Sorolla hace una cala que de tan concienzuda casi asusta, en cada una de sus caras. A una por capítulo. Jamás un periodista francés –ni de ninguna otra nacionalidad- había hecho una revisión tan a fondo de la obra y personalidad de un político o estadista español, y difícilmente incluso de su propio país. Y si en el mundo hubiera justicia, este libro habría de convertirse rápidamente en un clásico, en la versión universal de lo que es y significa el presidente de la V República francesa, y no únicamente para los lectores de habla castellana.
    ¿Cuáles son los sentimientos del autor sobre el personaje? Me parece difícil tomarse el trabajo ímprobo que se ha tomado sin que sienta una fuerte atracción hacia ‘Sarko’, lo que no significa necesariamente aprobación o simpatía. José Antonio es, en cualquier caso, un profesional y su objetivo no es juzgar para preferir o desdeñar, sino interpretar y explicar. Y para ello deja al lector con la abrumadora sensación de que lo ha leído todo, escrutado todo, recopilado toda voz relevante para la obra, y que ha destilado esa suma de conocimientos en una narración fría en la técnica, aguda en la selección de instantáneas o viñetas, y exhaustiva en la investigación de los por qués y los cómos. Nos hallamos, por ello, ante un mega-reportaje en el que se combinan todos los géneros del quehacer profesional hasta construir un ejemplar de periodismo río o periodismo total. Así es como sucesivamente encontramos los datos de base necesarios –el género noticioso, no interpretativo- sin los que la obra sería un ensayo-; la narración basada en las mejores fuentes del Sarkozy presidente, desde sus relaciones con la sociedad y el dinero hasta la hipérbole permanente de su manera de ser –lo que equivaldría al género crónica, de carácter interpretativo-; y, por último, lo vivido, el aire de París, las formas diversas de ser francés, de la naturaleza de una nación qué se interroga sobre todo aquello que el resto del mundo da por sobrentendido, y que se dan cita como en un caleidoscopio en la figura presidencial –aquí, el género reportaje, en el que el periodista toca físicamente la realidad-. Lo que tenemos en las manos no es ni solo información con una pátina de visión personal del autor, ni estudio psicoanalítico con algún que otro dato para que el texto no parezca una divagación, sino un compacto de todos esos elementos: lo que hizo, lo que otros entienden que hizo; y el condensado final que Sorolla aprecia en ese poliedro que nunca cesa de reinventarse a sí mismo que es Nicolas Sarkozy.
    Ese elemento de lo vivido es esencial para la obra porque habitualmente topamos con tanto libro de libros, recopilación de poltrona de todo lo sabido y publicado. José Antonio Sorolla, muy diferentemente, ha sido corresponsal en París en dos periodos diferentes para otros tantos grandes periódicos españoles, y se ha pateado la capital y el hexágono entero para pergeñar fenómenos tanto o más que describir acontecimientos, modos de ser más que declaraciones, sociedad más que la política de los políticos. ¿Es el presidente Sarkozy un conservador revolucionario o un revolucionario conservador? Salvando las distancias, un Cánovas que sabe que hay que innovar dentro de la continuidad; o un Sagasta que quiere preservar el país de siempre con cuatro adornos reformistas. Sorolla no pretende hallar la respuesta, y no tanto porque a título personal no la tenga, como porque sabe que el mejor periodismo es el que se agota en el recorrido, que excluye las conclusiones irreversibles; como una ‘road movie’, todo trayecto sin pretensión de llegar a ninguna meta.
   Las dos caras en las que se podría resumir el poliedro ‘Sarko’ muestran, sin embargo, una gran identidad de fondo. El presidente quiso parecer norteamericano y neoliberal cuando no era ni una cosa ni otra, pero tampoco lo contrario. Y los de verdad conocedores sabían, como Sorolla, que en Francia nadie se puede salir completamente de la matriz gaullista que es una especie de ADN del francés medio, tanto como que la primera magistratura ‘degaulliza’ irremisiblemente a sus ocupantes. El gaullismo-partido ha dejado paso al gaullismo de condensación atmosférica, igual que ‘la hija primogénita de la Iglesia’ ha erigido en religión la laicidad.
   Y como nada ni nadie nace por generación espontánea y los periodistas se hacen trabajando, valgan dos palabras sobre el pedigrí de José Antonio. Hubo desde los años 60, pero mucho más intensamente en los 70 y 80 una verdadera ‘escuela de Barcelona’ del periodismo. A ella pertenecieron tantos y tan buenos periodistas, que no oso hacer aquí una relación ni medio completa, pero cuyo progenitor indiscutible fue Josep Pernau, hoy retirado, y por cuyo intermedio, si él fue el padre, llegaron los genes de Manuel Ibáñez Escofet, a quien los más mayores, como yo, solo conocimos efímeramente. A esa promoción-generación, en la que obraba también con su magisterio internacional, Mateo Madridejos, perteneció el gran creador de El Periódico de Catalunya, Antonio Franco, prematuramente semi-retirado, que fue quien recrió a José Antonio, cuando ambos fueron, respectivamente, director y director adjunto de su periódico. Y es que, aunque en esta concepción del periodismo las cosas resulten frecuentemente inescrutables, nunca ocurren por casualidad.   
   
   

domingo, 18 de diciembre de 2011

Les Anglosaxons

El País, 14 diciembre 2011                           
M. A. BASTENIER
Esto no es la Europa a dos velocidades, que ya existía, e incluso a varias más. La negativa del Reino Unido a la creación de algo parecido a un control de las políticas fiscales de los 27, no por previsible es menos trascendental. Es la división de la UE en una Europa + y una Europa -; veintiséis miembros de la primera y uno solo de la segunda. Adivínese cuál.
    Es virtualmente imposible determinar qué le conviene a una nación, primero porque cualquier nación es una suma heterogénea de voluntades solo unificables por defecto, es decir, por decisión de su gobierno; y segundo porque sería una pedantería insufrible comunicarle al prójimo lo que le conviene.  Por ello la decisión británica de anteponer la independencia de la City a la construcción –o reparación- de Europa, es su ‘realpolitik’. Pero lo que sí cabe es preguntarse por qué Londres se ha hecho así.
     El término ‘euroescépticos’ designa formalmente a los británicos opuestos a una mayor integración de la UE, pero la cosa va mucho más lejos. El euro-escepticismo es, en realidad, una fórmula deliberadamente asexuada para identificar a los enemigos de Europa, y aunque esa aversión sea nominalmente minoritaria, recorre todo el cuerpo de la nación. Y, como suele ocurrir en dilatados procesos de cambio, es también un fundamentalismo, en este caso ‘light’, que adopta la forma de un clamor por el retorno a unos orígenes que nadie sabe ya dónde paran.
    Todo fundamentalismo nace de un temor, y en el Reino Unido lo encarna la desaparición de un mundo posimperial. Cualquiera que haya visitado Inglaterra con alguna asiduidad en el último medio siglo habrá percibido la progresiva europeización del país, el paulatino desvanecimiento de un ‘way of life’, que ya pertenece al mundo de la caricatura y el folklore. Y esa angustia de sentir la tierra que se mueve bajo los pies es lo que da fuerza  a la visión mitológica de la ‘nación imaginada’. La preservación, cueste lo que cueste, del poder financiero británico al que se acredita hasta un 30% del PIB nacional, podrá estar justificada, aritmética al efecto, pero eso no niega el poso histórico sobre que se construye.
    Como nación precavida, Britannia estima que siempre ha tenido a mano una alternativa a Europa: la llamada Relación Especial con Estados Unidos, aquella parábola que Winston Churchill acuñó en marzo de 1946 para encapsular la colosal ayuda que Washington prestó a Londres en la II Guerra, y que un brillante sucesor, el también ‘tory’ Harold MacMillan, tradujo con regusto clasicista como la Grecia británica, sabia asesora de la nueva Roma norteamericana. Pero sin  cuestionar de cuánto valió en su tiempo la metáfora, hoy no pasa de ser un modesto sucedáneo. Cuando Barack Obama declaraba que era “el primer presidente norteamericano del Pacífico” estaba oficiando los funerales del ‘grand large’, aquel Atlántico que un día fue inglés. Y, peor aún, un Reino Unido irrelevante en Europa interesa obviamente mucho menos a Washington, que un socio a parte entera de la UE.
    Ese euroescepticismo, como todos los fenómenos de alguna importancia en la historia, tiene varios siglos de antigüedad. La Reforma protestante en Inglaterra era, al menos a sus inicios en 1538, tanto o más una cuestión política que religiosa. Enrique VIII, además de arreglarse uno, o diversos, matrimonios, estaba proclamando la independencia insular con respecto a una idea simbólica e imperial de Roma. Ese sería, y es, el lugar del Reino Unido en el mundo: impedir con el dominio de los mares que se formara un poder unificador en Europa, primero contra los Habsburgo y en sucesión, Luis XIV, Napoleón y Hitler. El que fuesen de agradecer todas esas intervenciones no niega el por qué geoestratégico de las mismas: impedir  la unidad del continente; es decir, de la UE.
    Y, aunque una Europa sin Londres nunca estará completa, algo positivo cabría desentrañar de la nueva situación. Siempre es mejor trabajar con la realidad que hacerlo solo con nuestras preferencias. Desde el veto del general De Gaulle al ingreso británico en la Comunidad, y la demorada inclusión del Reino Unido en los años 70, nadie ha ignorado en Bruselas que Londres jugaba con las cartas apretadas contra el pecho. Pero nadie quería tampoco cerrar la puerta a una europeización que el nuevo fundamentalismo de las Islas aborrece. La comedia de las equivocaciones podría estar, sin embargo, tocando a su fin. A ese gran problema de Europa le llamaba un militar francés “les anglosaxons”.

domingo, 11 de diciembre de 2011

'EL PERIODISTA TRAS EL ESPEJO'


Prólogo al libro "El Periodista ante el Espejo" de Victor Núñez Jaime, de próxima aparición en México
                                          

 M. A. BASTENIER

El joven periodista mexicano Víctor Núñez Jaime ha escrito una tesis doctoral que es todo un libro en sí mismo. Y eso es noticia, porque aunque gran número de propuestas académicas, aún dentro del ámbito del periodismo, pueden ser estimables trabajos de investigación que merecen con toda seguridad ser publicados, este texto es pensado para algo más. La obra, a la vez que una semblanza dialogada de un gran periodista mexicano, Carlos Marín Martínez, en la actualidad director editorial de la cadena Milenio, y uno de los fundadores y renovadores del periodismo en el país azteca, es también una historia de ese periodismo vivida por sus protagonistas, directamente en el caso de Marín, y por inferencia de todo lo que el biografiado nos cuenta, por parte de muchos de sus colegas que en los últimos 20 o más años participaron en la aventura; y, finalmente, nos hallamos ante una apasionante reflexión del propio Marín sobre la profesión que compartimos, porque yo también soy periodista.
   La habilidad del autor estriba en que ha conseguido que el eje central de esa triple tarea –semblanza, historia y reflexión-, es decir, el propio Carlos Marín, sea quien se coloque ante el espejo, se retrate a sí mismo, y sea retratado por sus coetáneos. Núñez Jaime logra que el propio periodismo mexicano nos cuente su proceso de renovación antes, durante y después del advenimiento de la democracia, a través de sus protagonistas, como si el autor se retirara pudorosamente a un segundo plano para que los interesados tomaran la palabra. Por eso digo que Víctor, a quien conozco desde fecha reciente pero desde el primer momento me ha impresionado por su convicción, deseo de aprender, respeto a sus mayores aunque también audacia para obtener de ellos lo que pretende, ha sabido situarse al otro lado del espejo. No atravesándolo, como Alicia, sino con la mayor discreción en una teórica invisibilidad, como el periodista que nunca es protagonista de sus historias, pero mueve los hilos para que hablen y obren sus personajes.
    Núñez Jaime he llevado a cabo, por añadidura, un trabajo directamente periodístico. Primero ha hecho toda una investigación, que podemos adscribir a la categoría –o género- de perfil, centrado en la persona de Carlos Marín, una semblanza, interesante y bien construida del ‘periodista ante el espejo’, pero que ni remotamente agota el propósito del autor. A continuación, y ahí reside el nudo de la obra, el directivo de Milenio hace como si se animara a responder a todos los interrogantes suscitados por el bloque anterior, y lo hace de viva voz, como si estuviera dialogando con el propio Núñez Jaime. El género utilizado en este caso es la entrevista; un diálogo solo de respuestas porque las preguntas quedan deliberadamente en off para hacer el texto menos intrusivo, que sabe dirigirse a todo el lectorado latinoamericano –y español- interesado en el avatar de la prensa de papel, esa cuya agonía tantos predicen. Y en esas páginas tenemos a todo el periodismo mexicano contemporáneo, especialmente encarnado en un personaje rebosante de ironía, buen humor, capacidad de sorpresa, y entrega a una profesión, que también llamaré, y estoy seguro de que Carlos estaría de acuerdo conmigo, oficio. La parte final del libro, a manera de contra-entrevista, es como un eco de la anterior. Colegas de Carlos Marín completan el retrato como en un bucle que enlaza con el principio, semblanza siempre pero ahora de carácter coral. En este caso, no cabe duda de que nos hallamos ante el formato encuesta.
    Y en este punto permítaseme que haga un poco de Víctor Núñez y cuente como conocí a Carlos Marín hace algunos años, en una de esas reuniones internacionales de periodistas latinomericanos y europeos, y que nos hemos ido viendo en circunstancia similares en México y España, así como que a uno siempre le agrada encontrarse con un alma –profesionalmente- gemela, la de aquel que defiende un periodismo de respeto al lector, que nunca cierra del todo el círculo de lo narrativo porque lo que hace es ‘una obra en marcha’, sin final posible, una continuidad que parcelamos únicamente por razones de comerciales y de oportunidad cada 24 horas en lo que llamamos periódico. Conocí entonces a un periodista suspicaz, perspicaz, pertinaz y algo feroz, como creo que se está fabricando también Víctor Núñez Jaime, un joven periodista mexicano que vino un día a verme en el D. F., y con el que he seguido desde entonces en contacto. La publicación de esta obra me permite afirmar que no me arrepiento en lo más mínimo de ello.

sábado, 10 de diciembre de 2011

En septiembre a la asamblea

M. A. BASTENIER
La AP pretende que la asamblea general de la ONU apruebe en septiembre la creación de un Estado palestino en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este, territorios ocupados por Israel en la guerra de 1967. El organismo que preside Mahmud Abbas reconocía así el fracaso de la opción norteamericana -a la que se encomendó el fundador, Yaser Arafat, para que resolviera el conflicto- como demuestra la incapacidad del presidente Obama de hacer que se muevan las piezas del ajedrez israelí. Pero las posibilidades de que la Autoridad Palestina consiga su propósito son muy grandes. Más de 120 países la reconocen ya, y el resultado de la votación podría resultarle escandalosamente favorable.
    El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, contratacaba acusando a los palestinos de desoír el mandato de la ONU de que las partes pusieran fin al contencioso por medio de conversaciones directas, con lo que la iniciativa equivaldría a un intento de deslegitimación de Israel. La fundación del Estado sionista fue  aprobada, sin embargo, por esa misma asamblea el 29 de noviembre de 1947, resolución 181; e, igualmente, el Consejo de Seguridad ordenaba por la resolución 242, en 1967, que el ocupante se retirara de todos los territorios. La teoría de que Israel, basándose en una redacción más o menos ambigua del texto, esté autorizado a retirarse de lo que le dé la gana, se halla universalmente desacreditada.
    Netanyahu parece inclinarse -si lo ‘peor’ sucede- por ignorar la votación, práctica de la que Israel sabe mucho. Otros ministros, como el responsable de Exteriores Avigdor Liebermann, preferirían una política más proactiva como reocupar y anexionarse lo que resta de Cisjordania bajo administración de la AP. Y tanto el ex primer ministro Ehud Barak, que sostiene que la votación sería “un tsunami” para Israel, como el presidente Simón Peres, argumentan que hay que anticiparse a la iniciativa palestina haciendo propuestas de paz que sean verosímiles y permitan reanudar las negociaciones olvidando los idus de septiembre. Napoleón decía, refiriéndose a la búsqueda francesa de ‘fronteras naturales’, que “los Estados hacen la política de su geografía”; pero el líder del Likud actúa exactamente a la inversa: ‘hace la política de su geografía’, con la ocupación y asentamiento del territorio que codicia. Igualmente, cabe vincular esa expectativa de votación tan negativa para Washington, con el reciente anuncio de que EE. UU. ha negociado en Catar y Alemania con dirigentes talibanes, así como con la prevista aceleración de la retirada de Afganistán. La conexión entre la guerra afgana, la ocupación de Irak y el problema de Oriente Próximo, es muy real, aún en  su impotencia, para la diplomacia de Barack Obama.
   El ministro de Exteriores palestino Ryad al Malki, estuvo la semana pasada en Madrid para trabajarse el voto europeo. Y se sentía tan seguro de la posición española, que le pidió a su hómologa, Trinidad Jiménez, que tratara de motivar a otros países de la UE a favor de su causa. América Latina se supone que votará casi al completo por la resolución; la mayor parte de Estados africanos y asiáticos harán otro tanto; y Estados Unidos e Israel, más algunos acólitos, en contra, por lo que el voto de calidad habrá que buscarlo en Europa. Al este y al centro no faltará quien siga la estela norteamericana; los nórdicos se inclinan por la AP; y en el Mediterráneo debería haber votos favorables como el de Grecia, si el rescate económico le permite pensar en otra cosa. Eso nos remite a Gran Bretaña, Francia, Italia y España. Los británicos ya se abstuvieron en 1947 como potencia mandataria saliente; Francia flota entre la abstención y el voto pro-palestino; el primer ministro italiano Silvio Berlusconi, con tanto referéndum perdido, es imprevisible; sería ocioso señalar lo que cabe esperar de España, y que Francia haga lo que quiera.
    Menos claro está, sin embargo, el día después. Al Malki afirma que el nuevo pero intangible Estado palestino, sin perjuicio de que estuviera dispuesto a reanudar las negociaciones, pediría de inmediato su ingreso en la ONU. Y ahí entra en juego otra vez Estados Unidos, que podría vetar ese movimiento en el Consejo de Seguridad. Al Malki dice que “Obama entiende bien el conflicto”, pero “no ha sido capaz de cumplir sus promesas”. Ante la perspectiva del veto, el ministro no podía mostrarse más pesimista: “Habría un gran riesgo de que la situación se descontrolara”. En su castellano casi impecable, aludía con su tacto característico al estallido de una tercera Intifada.