lunes, 23 de julio de 2012

LA IZQUIERDA COLOMBIANA SE LLAMA GUSTAVO PETRO

EL PAÍS, 11 de febrero de 2012.

El recién elegido alcalde de Bogotá cree que la derecha profunda le quiere destruir
Entrevista por:
M. A. BASTENIER
 


Gustavo Petro, exsenador, exguerrillero, exdirigente de la izquierda canónica, el Polo Democrático Alternativo, y, como alcalde de Bogotá, el cargo más importante que tiene el sentimiento progresista en Colombia, aunque no lo reconoce sabe que es, de hecho, el líder de la oposición –leal oposición- a la presidencia de Juan Manuel Santos, derecha modernizante, pero siente que poderosas fuerzas se han movilizado para que su mandato reformista fracase. Cuando aún no han pasado los 100 días de gracia a que tienen derecho todos los políticos electos, las críticas le llueven como en época de monzones. Pero el alcalde lleva bien el apellido, porque es francamente ‘pétreo’.
Aunque no admita ser líder de la oposición, sí entiende que la suya puede “constituir una alternativa de Gobierno”, así como “contribuir a crear el clima para que se forme en el futuro un gran partido progresista”. Y todo ello solo puede tener como objetivo la presidencia. Pero Gustavo Petro, probablemente con más fatiga que coquetería política, niega que aspire hoy a ser el primer colombiano no vinculado a la oligarquía en asumir la presidencia. “Eso no podría ser antes de 2018 –contando que Santos desempeñe dos mandatos-, y yo no planifico a tan largo plazo”.
Pocas veces, tantos, en tan poco tiempo han atacado tanto a nadie. Prensa, presuntos colegas, instituciones encuentran mal todo lo que hace. “Pero solo es una campaña mediática” dice recostándose en el 70% de apoyo popular de las encuestas. No piensa, sin embargo, que sean los periodistas de trinchera quienes quieren darle la batalla, sino “otros, más arriba”. Ni que exista un plan maestro para hacerle fracasar, o que el propio presidente haya dado orden de que lo abrasen. Pero sí que hay “una coalición de intereses, que no quieren que mi programa de renovación se lleve a cabo, aunque sea un programa local. La oposición la integran los afectados por mis reformas, propietarios de tierras en los límites de la ciudad, allí donde quieren que se expanda Bogotá; contratistas que se oponen a la revitalización urbana; transportistas que ven al Distrito como futuro competidor”. El alcalde pretende, diferentemente, edificar escuelas, parques, crear una tarifa única integrada de transporte que valdría para todos los medios de locomoción, como el tranvía, que quiere introducir de propiedad pública. Y sabe que en ese horizonte tendrá que aparecer el metro, “aunque yo no lo veré”. En este punto, si Petro supiera suspirar, lo habría hecho. Y lo que dice es que simplemente quiere cumplir su programa “que es un programa del siglo XXI con respeto al cambio climático, lucha contra la exclusión social, revitalización de la educación” pero “hay quienes temen mi crecimiento político, quienes no quieren que la diferencia prevalezca. Yo soy diferente y cuando comienzo a desarrollar métodos alternativos de Gobierno soy peligroso”.
Frente a todo ello, su reciente decisión de retirar la subvención pública a la fiesta de los toros, que estos se extingan de muerte natural o de una estocada de las asociaciones protectoras de animales, le parece ‘peccata minuta’. Casi admite con un encogimiento de hombros que podía haberse ahorrado meterse en semejante berenjenal.
En Juan Manuel Santos ve cosas positivas. “Aunque fue ministro de Uribe, supe ver en él antes que nadie importantes diferencias, sobre todo con la devolución de tierras –tres millones de hectáreas que el presidente se ha comprometido a devolver a sus legítimos propietarios, despojados por la guerrilla de las FARC, los paramilitares o simples bandoleros- y la compensación a las víctimas de la violencia. Y, además, apoyar en algunas cosas al presidente no quiere decir dejar de ser de izquierdas. Yo disiento sobre el modelo minero e industrial, basado en la exportación de materias primas, que tiene para Colombia”.
Entonces, ¿qué es Santos, modernizador, aperturista, y, sobre todo, cuándo será Colombia un país moderno? “Cuando se haga una reforma agraria. Santos, que quiere modernizar el país, tiene una gran oportunidad porque sabe de qué estamos hablando. El presidente podría y debería ser más audaz, pero es cierto que para llevar a cabo una auténtica reforma necesita un gran consenso, un pacto nacional. Solo una apertura real, y la pregunta sería cuánto de aperturista tiene el presidente, cosa que yo no sé, permitirá las grandes transformaciones que precisa Colombia, y que hagan posible modernidad y democracia”.
El alcalde no ignora que del éxito o fracaso de estos cuatro años al frente del consistorio depende su futuro político; dependen las aspiraciones de su movimiento; depende la lucha contra lo que califica de “graves carencias democráticas de Colombia”. Parte de ese recorrido lo podría hacer como ‘compañero de viaje' del presidente. La izquierda solo comenzará a actuar cuando inevitablemente se separen.

LO QUE SE VOTA EN VENEZUELA

M. A. BASTENIER

El País, 8 de febrero de 2012

El próximo domingo se elige mediante primarias el candidato unitario de la oposición, que se enfrentará el 7 de octubre a Hugo Chávez en las presidenciales. El líder bolivariano ha conseguido que sucesivas elecciones desde 1998 se convirtieran en auténticos plebiscitos sobre su persona, aunque al precio de ahondar la división del país en dos Venezuelas, de las que la suya, la más coloreada, le ha mantenido hasta hoy en el poder.
Los aspirantes con mayor seguimiento son dos hombres, Henrique Capriles y Pablo Pérez, y, aunque muy distante en las encuestas, una mujer, dama en realidad, María Corina Machado. Los tres pertenecen a la Venezuela acomodada, y Machado sería la candidata soñada por Chávez, católica conservadora de 42 años, quien a ojos del presidente -que la llama ‘la burguesita’- representa todo lo que aborrecen sus votantes. Capriles, al que se da como favorito, de 39 años, tiene el gran mérito de haber derrotado en las elecciones a gobernador del Estado Miranda a Diosdado Cabello, que muchos ven como sucesor de un Chávez visiblemente minado por la enfermedad, y querría ser la versión algo reblandecida del brasileño Lula. Pérez, más ‘pueblo’ que los anteriores, es un seudo-Chávez de la derecha, gobernador de Zulia, donde la oposición siempre ha obtenido sus mejores resultados.
La cita de octubre, lejos de perfilarse como una contienda ideologizada -democracia occidental contra socialismo del siglo XXI- se decidirá de acuerdo con baremos mucho más terrenales. El inventor del chavismo argumentará que ha vencido al cáncer, y que su victoria ha sido un sacrificio más por la revolución; pero su campaña de fondo se basará en que ha habido una mejoría real del nivel de vida de los menos favorecidos, sufragada por la formidable renta petrolera. Quienquiera que gane las primarias subrayará, a su vez, la erosión de las libertades, la corrupción del poder, y el desfallecimiento moral de la sociedad, pero, nuevamente, el gran argumento será otro: que no se puede salir a la calle, especialmente en Caracas, sin jugarse la vida.
En abril de 2011 el Gobierno anunció la creación de la Gran Misión Vivienda Venezuela, que aspira a construir dos millones de apartamentos en siete años, de los que casi 150.000 deberían estar listos para los comicios; ha habido un aumento del Presupuesto para este año de un 45%, en su práctica totalidad para gasto social; y una última iniciativa, Misión Amor Mayor, en mejor procura de la Tercera Edad. Todo ello, junto a la congelación de los precios de 18 productos de primera necesidad, va mucho más allá del puro asistencialismo, y asiste a Chávez con el voto cautivo de cuando menos un 40% de venezolanos: una ciudadanía que come mejor, tiene medicina gratuita, y hasta puede guardar algo para esparcimiento, al tiempo que es solo relativamente sensible a la erosión de unas libertades de las que nunca hizo extraordinario uso.
Todos los sondeos ratifican, sin embargo, que la mayor preocupación nacional, a derecha e izquierda, es el incontenible desparrame de la violencia. En 2011 la capital venezolana fue la segunda ciudad más peligrosa de América Latina -asimismo campeona mundial de la inseguridad- tras la mexicana Ciudad Juárez; en 2009 Caracas sufrió una tasa de más de 130 homicidios por 100.000 habitantes –que en 2011 ya se aproximaba a 200 - cuando la media venezolana es de 65, y la de todo el continente iberoamericano, 27. La policía ha dejado de dar información sistemática sobre esa hecatombe, pero fuentes independientes hablan de 17.000 muertes violentas en 2010 para menos de 30 millones de venezolanos, lo que hace del sicariato, el asesinato por encargo, la industria de mayor crecimiento en el país. Comienzan por esa razón a surgir patrullas de vigilantes en los barrios para suplir a la inoperante fuerza pública. El propio ministro del Interior, Tarek el Aissami, reconoció que del 15 al 20% de delitos los cometía la policía. Y contra todo ello se creó en 2009 un cuerpo policial bolivariano, del que dijo Chávez que no se dedicaría a proteger a la burguesía, pero a la vista de las cifras parece que el crimen no pregunta a sus víctimas su condición social.
Cabría, provisionalmente, concluir que la política de inclusión chavista ha perturbado más que apaciguado las tensiones sociales, o que, al haber empoderado a segmentos de sociedad históricamente marginados, ha roto un equilibrio anterior, por precario que fuera. Sobre ese fracaso del chavismo se votará también el siete de octubre.

COLOMBIA, EL AMIGO DE TODOS

                                   
M. A BASTENIER

El Espectador de Bogotá, 5 de febrero de 2012

La política exterior colombiana tiene un antecedente próximo en el tiempo. El que inventó lo de ‘conflictos con los vecinos, cero’, fue el ministro de Exteriores turco, Ahmed Davotoglu, en nombre del gobierno moderadamente islamista de Recep Tayyip Erdogan, un modernizador político, lo que le acerca a los propósitos del presidente Santos, al igual que lo hace la lucha contra la secesión kurda, no extinguida pero en retroceso. Curioso paralelismo entre países tan distintos y distantes, que lo que en Colombia se llama ‘turcos’ son ´ árabes libaneses o sirios en su mayoría católicos, que emigraron a América Latina, precisamente por la religión, aunque hoy se la estén cambiando.
Santos querría que Bogotá fuera una especie de fulcro entre las diferentes sensibilidades políticas latinoamericanas, el que comprende a todos y no se alinea incondicionalmente con ninguno, de forma que se erigiera un día en quien mejor pudiera mediar entre todos. Santos nunca será correligionario de su vecino oriental, pero aún menos participaría en una eventual operación de acoso y derribo del chavismo, como placería a Washington. Cierto que por mucho que incordie Chávez a la mayor parte de sus vecinos, sin excluir a algún aliado, no hay clientes para esa ‘movida’, pero bajo el presidente Uribe Colombia habría querido promover ese hostigamiento.
Pero dos –o tres- notables acontecimientos que pueden no estar lejanos debieran poner a prueba la solidez de la política santista –‘santería, dirían sus detractores- como son las interminables reformas cubanas y, sobre todo, el futuro de la isla, que no puede ser por definición eternamente castrista; así como también otro futuro, el del chavismo, que se juega su destino en las presidenciales del próximo 7 de octubre. La tercera oportunidad tiene que ver con las elecciones para un nuevo sexenio en México, donde, sin embargo, si ganara el hasta hoy favorito Enrique Peña Nieto (PRI) no parece que fuera a producirse un vuelco de política exterior, como sería el regreso del país a la política continental tras la interminable abstracción norteamericana.
Santos preferiría, sin duda, que Cuba resolviera sus asuntos sin injerencia del mundo exterior. Pero eso parece difícil. La presidenta brasileña Dilma Rousseff, que aunque no sufra los ataques de delirios de grandeza de su antecesor, Lula, tiene que atender a su parroquia, está pasando revista en La Habana, escuchando con buen semblante a Raúl Castro, visitando posiblemente al patriarca de todos los izquierdismos, Fidel, y sin mostrar el disgusto que puso de relieve con las cercanías del presidente iraní, cuya benevolencia hacia los derechos humanos no incluye a sus paisanos. Brasil no quiere dejar a Cuba en manos de Chávez, pero al igual que el resto de América Latina tampoco está dispuesta a indisponerse con nadie por leerle la cartilla a los Castro. Igual hacía la España de Zapatero, pero hoy se vive un contexto de cambio que hace presumir alguna iniciativa española contra La Habana, como piden los cánones. El PP español, en el poder, encuentra parte de sus señas de identidad exteriores como inquisidor del régimen cubano.
Igualmente, la suerte del chavismo planea sobre el porvenir de la isla. Si pierde Chávez, el castrismo sufrirá un segundo shock, como el que ya le marcó con la autodestrucción de la Unión Soviética. Las reformas vagamente liberalizadoras no van a compensar la eventual pérdida, aunque sea en cámara lenta, del crudo venezolano a precios de saldo. La victoria de la oposición acelerará la esclerosis económica de la Gran Antilla, la cubanez de Miami olerá sangre, y Bogotá no podrá permanecer eternamente mirando al tendido; y si gana Chávez su aspecto físico no permite el vaticinio a largo plazo. El fin del castrismo, deseablemente de origen solo insular, está ya escrito en algún libro de historia, y con ello los amigos de todos descubrirán que la posición de eje geométrico de su mundo acaba siempre por ser una quimera. Y no es que le vaya a costar a Santos decantarse por donde ya está, la democracia de corte occidental, sino que Colombia no habrá alcanzado más que, solo efímeramente, su meta de centrismo para todos los usos.
Algo parecido le ocurre a la Turquía de Davotoglu y Erdogan, que la sarracina siria ha obligado a buscar una nueva identidad regional, cosa que está haciendo con envidiable soltura, pero en la toma de posiciones ha visto saltar por los aires su aspiración de ser el amigo de todos. Dejar en paz a Cuba –o a Siria- es una propuesta perfectamente debatible; pero los vientos del cambio en el Caribe y Oriente Medio lo están haciendo ya escasamente practicable en el caso sirio, y pueden hacerlo dentro de no tanto en el cubano. Por ello, la política exterior santista tiene ya fecha de caducidad.