El Espectador, 1 de julio de 2012
El que fue
ministro de Economía de Felipe González, el socialista Carlos Solchaga, dio sin
haberlo previsto la explicación metafísica perfecta de la pavorosa crisis que
nos asola, cuando muy a principio de los años 90 dijo en un semanario en La
Habana que “España había tenido un ataque de riqueza”. Era premonitorio, aunque
entonces todavía no condenatorio.
Los causantes directos de la crisis están
en muchas partes y tienen grados diversos de responsabilidad. Primero hay unas
fuerzas financieras desmelenadas que en casi todo el mundo occidental, pero
particularmente en Europa y Estados Unidos, veían la riqueza como un asiento
contable, capaz de multiplicarse de manera indefinida, aunque no hubiera sostén
productivo detrás. Esa fiebre afectó muy particularmente a esos españoles que
se veían súbitamente, sin haber ido a la escuela el tiempo necesario para
matizar e interpretar la realidad, con más recursos económicos que habían
soñado en su vida. En España ha habido unos años, los 90 y el comienzo del
siglo XXI, en los que había una verdadera competición para endeudarse y con
ello mejorar el nivel de vida. El particular pedía desaforadamente créditos, y
lo que es peor las instituciones apropiadas se los concedían con la mayor
‘insouciance’. ¿Por qué? Porque aparentemente todo el mundo salía ganando: los
que obtenían ese dinero, y los responsables intermedios y no tan intermedios de
las instituciones de crédito, porque hacían méritos ante sus superiores
trayendo clientes o agenciándose pingües comisiones.
Por supuesto que entre los responsables
mayores están nuestros gobernantes, a ninguno de los cuales se le ocurrió que
la burbuja de la falsa riqueza, que en España era la industria de la
construcción, tendría que explotar algún día por agotamiento del mercado Pero
no fue así. Y como se dice en inglés ‘plague on both their houses’, socialistas
y populares (PSOE y PP), porque ninguno se salva de la quema.
Y así es como nos encontramos en una Europa
en la que la libertad de operación económica ha crecido desmesuradamente en los
últimos 10 o más años sin que la capacidad de control de las instituciones
europeas se reforzara de manera parecida. En el seno de la UE se podía negociar
sin tasa, vender, comprar, prestar y endeudarse, mientras los poderes públicos
europeos veían cambiar de manos el fajo de billetes virtuales, sin arte ni parte en el asunto. No hace falta
decir que en esa coyuntura, en la que se genera un empobrecimiento masivo de la
sociedad –unos cuantos ganaron más plata que nunca en la crisis del 29- hay
quien hace su agosto y eso es también lo que está pasando en España.
Hace solo una semanas que apenas cuatro
especialistas sabían qué era eso de la prima de riesgo. Y hace solo unos meses
los responsables decían, poniendo cara de que compadecían a Italia, que llegar
a los 300 puntos era una catástrofe. La semana pasada la prima de riesgo de
España –lo que hay que pagar de interés por los dineros que el Estado toma en
préstamo- rozó los 600 puntos, y hoy casi nos sentimos aliviados porque ha
vuelto a los 500. Los españoles saben ya que esa prima es todo un riesgo. Y
contra esa fragilidad de la economía española hay poderosos intereses
financieros que apuestan a la catástrofe de la que sacarán pingües beneficios,
como puede ser apartar a España de terrenos en los que la inversión nacional
ocupa lugares preponderantes, tal que ocurre en algunos mercados
latinoamericanos, con la intención de ocupar su sitio. Cuando el famoso
corralito argentino, hace ya más de 20 años, un prominentísimo periodista
argentino me contó una historia sumamente edificante. El ministro de Economía
de su país iba a hacer un importante viaje a Estados Unidos para entrevistarse
con empresarios aún más prominentes, a los que debería interesar en soltar la
plata para su país. Y para ello tenía un plan que consideraba infalible.
“Cuando me presente ante los norteamericanos” –le dijo al periodista- “les haré
ver como ante la crisis los españoles van a abandonarlo todo y ellos –los
empresarios- podrán quedarse con lo que haya por una miseria”. No ocurrió nada
de ello porque sus interlocutores vinieron a
decirle que si así trataban a los españoles, no había garantía alguna de
que no hicieran un día lo mismo con ellos.
Pero, manos negras aparte, y subrayando que
el capitalismo financiero y especulativo que es el primer responsable del
cataclismo, los españoles han –hemos- construido un país de campo y playa, con
excelentes atractivos, la mejor gastronomía del mundo y que me perdonen en La
Tour d’Argent de París, pero que no fabrica nada que necesite el resto del
mundo excepto el mayor número de días de sol al año. Y si Europa se resfría
agarramos una pulmonía. Eso es lo que pasa en España. Pero no se inquieten que nos
recuperaremos.