miércoles, 19 de septiembre de 2012

LO QUE PASA EN ESPAÑA

M. A. BASTENIER

El Espectador, 1 de julio de 2012
 
El que fue ministro de Economía de Felipe González, el socialista Carlos Solchaga, dio sin haberlo previsto la explicación metafísica perfecta de la pavorosa crisis que nos asola, cuando muy a principio de los años 90 dijo en un semanario en La Habana que “España había tenido un ataque de riqueza”. Era premonitorio, aunque entonces todavía no condenatorio.

    Los causantes directos de la crisis están en muchas partes y tienen grados diversos de responsabilidad. Primero hay unas fuerzas financieras desmelenadas que en casi todo el mundo occidental, pero particularmente en Europa y Estados Unidos, veían la riqueza como un asiento contable, capaz de multiplicarse de manera indefinida, aunque no hubiera sostén productivo detrás. Esa fiebre afectó muy particularmente a esos españoles que se veían súbitamente, sin haber ido a la escuela el tiempo necesario para matizar e interpretar la realidad, con más recursos económicos que habían soñado en su vida. En España ha habido unos años, los 90 y el comienzo del siglo XXI, en los que había una verdadera competición para endeudarse y con ello mejorar el nivel de vida. El particular pedía desaforadamente créditos, y lo que es peor las instituciones apropiadas se los concedían con la mayor ‘insouciance’. ¿Por qué? Porque aparentemente todo el mundo salía ganando: los que obtenían ese dinero, y los responsables intermedios y no tan intermedios de las instituciones de crédito, porque hacían méritos ante sus superiores trayendo clientes o agenciándose pingües comisiones.

   Por supuesto que entre los responsables mayores están nuestros gobernantes, a ninguno de los cuales se le ocurrió que la burbuja de la falsa riqueza, que en España era la industria de la construcción, tendría que explotar algún día por agotamiento del mercado Pero no fue así. Y como se dice en inglés ‘plague on both their houses’, socialistas y populares (PSOE y PP), porque ninguno se salva de la quema.

   Y así es como nos encontramos en una Europa en la que la libertad de operación económica ha crecido desmesuradamente en los últimos 10 o más años sin que la capacidad de control de las instituciones europeas se reforzara de manera parecida. En el seno de la UE se podía negociar sin tasa, vender, comprar, prestar y endeudarse, mientras los poderes públicos europeos veían cambiar de manos el fajo de billetes virtuales, sin  arte ni parte en el asunto. No hace falta decir que en esa coyuntura, en la que se genera un empobrecimiento masivo de la sociedad –unos cuantos ganaron más plata que nunca en la crisis del 29- hay quien hace su agosto y eso es también lo que está pasando en España.

  Hace solo una semanas que apenas cuatro especialistas sabían qué era eso de la prima de riesgo. Y hace solo unos meses los responsables decían, poniendo cara de que compadecían a Italia, que llegar a los 300 puntos era una catástrofe. La semana pasada la prima de riesgo de España –lo que hay que pagar de interés por los dineros que el Estado toma en préstamo- rozó los 600 puntos, y hoy casi nos sentimos aliviados porque ha vuelto a los 500. Los españoles saben ya que esa prima es todo un riesgo. Y contra esa fragilidad de la economía española hay poderosos intereses financieros que apuestan a la catástrofe de la que sacarán pingües beneficios, como puede ser apartar a España de terrenos en los que la inversión nacional ocupa lugares preponderantes, tal que ocurre en algunos mercados latinoamericanos, con la intención de ocupar su sitio. Cuando el famoso corralito argentino, hace ya más de 20 años, un prominentísimo periodista argentino me contó una historia sumamente edificante. El ministro de Economía de su país iba a hacer un importante viaje a Estados Unidos para entrevistarse con empresarios aún más prominentes, a los que debería interesar en soltar la plata para su país. Y para ello tenía un plan que consideraba infalible. “Cuando me presente ante los norteamericanos” –le dijo al periodista- “les haré ver como ante la crisis los españoles van a abandonarlo todo y ellos –los empresarios- podrán quedarse con lo que haya por una miseria”. No ocurrió nada de ello porque sus interlocutores vinieron a  decirle que si así trataban a los españoles, no había garantía alguna de que no hicieran un día lo mismo con ellos.

    Pero, manos negras aparte, y subrayando que el capitalismo financiero y especulativo que es el primer responsable del cataclismo, los españoles han –hemos- construido un país de campo y playa, con excelentes atractivos, la mejor gastronomía del mundo y que me perdonen en La Tour d’Argent de París, pero que no fabrica nada que necesite el resto del mundo excepto el mayor número de días de sol al año. Y si Europa se resfría agarramos una pulmonía. Eso es lo que pasa en España. Pero no se inquieten que nos recuperaremos.

DE MÉXICO A PARAGUAY


M. A. BASTENIER
 
El País, 27 de junio de 2012
 

El próximo domingo habrá nuevo presidente en México y el sábado pasado Paraguay cambió el suyo. No puede haber, sin embargo, mayor disparidad entre ambos acontecimientos; tanta como lo que separa un proceso como el mexicano, plagado de dificultades pero que avanza hacia su plena consolidación democrática, en comparación a una democracia  electoralista como la paraguaya, en la que la sorprendente elección en 2008 del exobispo, Fernando Lugo, políticamente tan inexperto como bien intencionado, sembró el pánico entre la clase política, hasta el punto de que ha creído necesario destituirlo, eso sí dentro de tan estricta legalidad como evidente ilegitimidad.

    El proceso político mexicano presenta tres grandes opciones válidas y diferenciadas. De entre ellas, es sumamente difícil que gane el PAN, representado por Josefina Vázquez Mota, porque la victoria de la candidata derechista daría al partido un tercer sexenio consecutivo, cuando el segundo, el de Felipe Calderón, está por concluir con el desastre de la guerra contra el narco y 50.000 muertes en los últimos seis años; no lo tiene más fácil Andrés Manuel López Obrador, candidato del izquierdista PRD, con sus constantes bandazos entre su enigmática invocación a una “república amorosa” y el recuerdo de la insurrección de granguiñol con que adornó su derrota ante Calderón en 2006; y, aún con  visibles carencias de aplicación y estudio, el gran favorito es Enrique Peña Nieto, del PRI, que a la fuerza hace de centro por indefinición programática de su partido, al tiempo que asume un eslogan político de  cinismo solo concebible en un  país de arraigado hispano-catolicismo: “seremos corruptos, pero sabemos gobernar”. El PRI, que durante 70 años fue lo que el sociólogo mexicano Roger Bartra calificaba de “oficina electoral centralizada para el reparto de beneficios”, ha sabido convertirse, sin embargo, en un verdadero partido, que se apoya en una coalición de gobernadores de Estado, y que, como el partido comunista en Rusia pero sin la carga del naufragio marxista-leninista, forma parte de la propia urdimbre nacional del siglo XX y de la Revolución mexicana (1910-1924).

      En Paraguay lo desconcertante fue que ganara un perfecto ‘outsider’ como el antiguo prelado. El país había conocido la longeva dictadura del general Stroessner, cuya caída sintonizó con la del comunismo europeo en 1989, y a quien sucedió una  democracia de bajísima intensidad, en la que se eternizaba en el poder el partido Colorado, que ya había dirigido el general. Con los números en la mano, Lugo no debería haber alcanzado jamás la presidencia, porque en su candidatura había de todo menos ‘luguistas’ y sí, en cambio, una mayoría de miembros del Partido Liberal Radical Auténtico, que es una de las múltiples formas que adopta la derecha de los propietarios en América Latina, y cuya principal razón para acarrear sufragios era oponerse al Coloradismo. Y aunque Lugo no haya cambiado gran cosa en una gobernación que le venía ancha como una estola, con sus propósitos bastaba. Los llamados liberales y la facción más derechista del partido Colorado, que inspira Horacio Cartes, se han aliado para juzgar en el Senado y destituir al presidente. La excusa, como en el caso del presidente hondureño Manuel Zelaya, derrocado en 2009 por un referéndum que dicen que quería convocar, en Paraguay ha sido una masacre ocurrida en el desalojo de una finca propiedad de un exsenador Colorado. Y la razón de fondo que Lugo, de nuevo comparable a la gesticulación chavista del presidente hondureño, alentaba con declaraciones poco avisadas la ‘okupación’ de fincas.

     Finalmente, el objetivo de la mayor parte de la clase política ha sido tanto en Paraguay como en Honduras, destruir al aguafiestas, pese a que unas elecciones próximas –en el caso paraguayo en 2013- habrían dirimido la disputa por el poder. Porfirio Lobo sucedió a Zelaya, normalizando con cuentagotas la situación internacional de su país, y se pretende ahora algo similar con quien, Colorado o Liberal Auténtico, trate de remplazar a Lugo el año próximo. Pero el aislamiento de los ‘golpistas legales’ en América Latina es hoy casi total.

    Los mandatos de Vicente Fox y Felipe Calderón en México, cualesquiera que hayan sido sus peores errores, han asistido a una explosión de los medios que hace virtualmente imposible -quien quiera que gane el domingo- el repliegue al tiempo de ‘la dictadura perfecta’, que dijo Vargas Llosa. En Paraguay el Estado de Derecho es, diferentemente, una flor de estufa al que no puede dar todo el calor que necesita un solo hombre, por muy episcopal que haya sido.    

   

EUROGRECIA


M. A BASTENIER
 
El País, 19 de junio de 2012

Europa contenía el aliento y el resultado de las elecciones griegas le ha devuelto el resuello. La pugna se dirimía entre los advenedizos de la izquierda dizque radical -Szyra-, que rechazan el rescate económico europeo, y los de siempre, el centro-derecha de Nueva Democracia, con el apéndice de la izquierda-centro, el Pasok socialista-, que lo aceptan a regañadientes. Y han ganado estos últimos, aunque hiciera falta que la Eurozona, con Alemania a la cabeza, formulase un crudo chantaje al electorado: o vota como es debido, o se queda sin euro. Los mercados, con su sabia perversidad, aún niegan, sin embargo, el placet a la victoria de la derecha, y la situación es incluso más enrevesada que antes de las legislativas.

    Los griegos han votado dominados por una doble pasión. Como decía el diario ateniense Kathimerini, la derecha y sus centros lo han hecho por miedo a lo desconocido, y la nueva izquierda por desesperación ante lo demasiado conocido. Szyra, que esperaba rebañar votos en el vendaval de la Revuelta Árabe, había obtenido en las elecciones de 2009 el 4,6% de sufragios, Nueva Democracia retenía 33,5%, y los socialistas, casi un 44%. El 6 de mayo, los dos exgrandes partidos habían caído por debajo del 20%, y los izquierdistas de Alexis Sipras alcanzaban un sorprendente 17%. Y este domingo los dos primeros clasificados, Szyra y Nueva Democracia, se apretaban entre el 29% de los conservadores y el 27% de los rupturistas, con el socialismo siempre sepultado en las catacumbas.

    La polarización es, por tanto, mucho más absoluta en lo que ha sido de hecho una segunda vuelta de los comicios de mayo. Y unas elecciones que se habían presentado como referéndum sobre el euro están muy lejos de haber aclarado las cosas. Tanto la derecha como la nueva izquierda pretenden que Grecia siga en la moneda única; la diferencia estriba en que los primeros se resignan a pagar un alto precio por ello, y los segundos lo quieren gratis. Y sería perfectamente posible que un número creciente  de votantes de la línea blanda y ‘pro-europea’, cuando tengan que seguir haciendo sacrificios refuercen las filas de Szyra, agudizando lo que en otro tiempo el marxismo llamaba las ‘contradicciones’. Solo una improbable generosidad de Berlín y los dudosos buenos oficios del G-20, reunido en Los Cabos, México, podrían calmar a esa gran nación de deudores que es la Hélade. Y si la coalición entre Nueva Democracia y Pasok resulta imposible, Grecia iría a un Gobierno de Unión Nacional que, en cualquier caso, se parecería muchísimo a lo que hoy se negocia. 

    El acertijo griego no va a concluir con una victoria a los puntos de un Gobierno conservador en el parlamento aderezado por una amenazante trifulca en la calle. En las crisis los hechiceros de la razón hacen su agosto, como  el partido xenófobo, Aurora Dorada, equivalente a la peor versión del Frente Nacional francés, bajo su fundador, Jean-Marie Le Pen, que ha mantenido el 6% de sufragios de mayo y con ello su presencia en la cámara. El exlíder socialista Yorgos Papandreu decía en víspera de las votaciones que peor que la debacle económica era la ruptura en el tejido social euro-griego, representado por el  éxito de esos mercaderes del pánico.

    Pese a la victoria de Nueva Democracia y la culminación del rescate económico, Grecia no dejará de ser durante largo tiempo el ‘hombre enfermo de Europa’ en un continente en el que sobran candidatos al puesto, así como Alemania, nada popular en Grecia desde la II Guerra, seguirá siendo con la rácana ortodoxia de Angela Merkel el país menos querido del planeta de la opinión griega. Véase como se desarrolla el partido de fútbol que disputarán ambos países el próximo viernes en los cuartos de final de la Eurocopa.

    El domingo se celebraron elecciones en tres países del entorno mediterráneo: Grecia, Francia y Egipto; y lo que en las legislativas francesas se traducía en una confortable mayoría de la oposición socialista, en Grecia  ha sido, en cambio, una implosión del sistema de partidos del que difícilmente se ve el final.  En Atenas ha ganado lo que la Eurozona consideraba solución menos dolorosa, pero sin garantía alguna de éxito; en París se ha impuesto una versión modestamente anti-germánica de austeridad pero menos; y en Egipto el Ejército marca estrechos límites al pluralismo. Si la revuelta árabe hubiera sido a la postre para nada, una gravísima ola de inestabilidad recorrería Europa. Aunque el euro ya no fuera problema.

SINO-RUSIA


M. A. BASTENIER
 
El País, 12 de junio de 2012

Ya no necesita Estados Unidos vestir con el espantajo de enemigo secular a Al Qaeda, porque el producto genuino se desarrolla a marchas forzadas. Se llama Sino-Rusia o Rusia-China, y el foro en el que se expresa no solo es el Consejo de Seguridad -con la oposición de ambas potencias a que se endurezcan las sanciones contra Siria e Irán- sino Shangai. En el gran puerto chino del Pacífico se fundó el 15 de junio de 2001  la Organización para la Cooperación de Shangai, que integran junto a sus dos grandes impulsores -emergente Pekín, reincidente Moscú- Kazajstán, Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán, repúblicas exsoviéticas de Asia central. Y la base de esa incipiente Guerra Fría no es tanto una Alianza como una coincidencia de conveniencias.

    La coincidencia ha cristalizado en la ONU, pero no porque China y Rusia hayan decidido aliarse y actúen conjuntamente en el Consejo de Seguridad, sino porque se han encontrado allí y han decidido ir del bracete. Tampoco puede ser una alianza plena porque las diferencias entre Pekín y Moscú no han  desaparecido. Los acuerdos fronterizos firmados en 2008 no han disipado resquemores que datan de los tratados desiguales del siglo XIX, en relación a los cuales China entiende que ha hecho las mayores concesiones; se encuentra estancada, asimismo, la negociación para el suministro de gas ruso a Pekín porque Rusia pretende vincular los precios del metro cúbico con los del petróleo mientras que China piensa que la quieren timar; y aunque en 1994 ambas potencias acordaron no apuntarse recíprocamente sus missiles, y celebraron sus primeras maniobras militares conjuntas en 2005, Moscú acusa a Pekín de copiar los modelos de cazabombarderos rusos. La conveniencia mutua consiste en que ni una ni otra potencia pueden aceptar nada que se parezca a una unipolaridad de signo norteamericano. Es la oposición a Washington lo que cimenta esa posición, aunque pueda ser únicamente pro tempore.

    Pero sobran razones para pensar en un futuro rumbo de colisión entre ‘Sino-Rusia’ y Estados Unidos.

    Fatih Birol, economista jefe de la IEA (International Energy Agency) dijo en julio de 2010 que China había alcanzado a Estados Unidos en consumo de energía. En 1995 Pekín consumía 3,4 millones diarios de barriles de crudo, la quinta parte que Washington, e importaba medio millón de barriles al día. En 2010 ya devoraba 8,6 millones, algo menos de la mitad que la superpotencia norteamericana, y necesitaba importar cinco millones de barriles. Ese déficit se compensaba con el crudo de Rusia –que es el mayor productor y exportador mundial de petróleo y gas- y de Kazajstán, junto con masivas compras en Irán y Venezuela, lo que explica el interés de Pekín por países distintos y distantes. El presupuesto de Defensa chino era en 2000 una vigésima parte del norteamericano, pero en 2011 ya es solo una séptima parte. La diferencia es grande, pero Pekín no tiene compromisos planetarios como Washington, y está granjeándose una marina oceánica con capacidad nuclear que le permita aspirar a una superioridad local en el mar de la China, por lo que pueda exigir un día el conflicto de Taiwan. Un internacionalista chino decía en ‘Le Monde Diplomatique’ que las dos potencias “jugaban (en ese mar) a asustarse”.

    El caso de Rusia lo detalla alguien tan respetuoso con Estados Unidos y Europa como Mijail Gorbachov, en un artículo aparecido en diciembre pasado: “Mientras Occidente siga insistiendo en su presunta victoria en la Guerra Fría no será posible un cambio en el pensamiento, ni en los métodos propios de la Guerra Fría, como la utilización de la fuerza militar, junto a presiones políticas y económicas para imponer la adopción de un modelo”. Y a ello cabría sumar la expansión de la OTAN hasta las fronteras rusas, en cumplimiento del papel de gendarme mundial que el presidente Vladimir Putin le atribuye. El enterrador de la USS concluye con una predicción ominosa: “Rusia ha conocido periodos de debilidad anteriormente, pero han sido siempre pasajeros”.

    No sería gratuito adivinar en las próximas décadas una competición inter potencias para asegurarse el suministro de energía. Tanto China como Rusia poseen vastos recursos carboníferos, que en el caso de Pekín  cubren casi dos tercios de sus necesidades, y Estados Unidos fía en la futura explotación del crudo de Alaska y el Golfo de México, pero la glotonería energética de los grandes Estados industriales parece imparable. Por eso, la organización de Shangai, que estos días ha celebrado cónclave en Pekín, es un proyecto a seguir con la máxima atención.            

   

AMÉRICA LATINA EN EL SIGLO XXI


                         
M. A. BASTENIER
 
Semana (Bogotá), junio 2012

El balance de tres décadas, aunque no sin claroscuros, es globalmente positivo para América Latina. El número de pobres (los que viven con menos de dos dólares diarios) ha caído por debajo del 50% de la población. Pero la violencia ha aumentado vertiginosamente, sin que quepa vincular el problema con la pobreza porque Venezuela superaba en 2011 los 40 homicidios por 100.000 habitantes al año, pese a  que la indigencia se ha reducido en los últimos años. América Latina tiene, con 500 millones de habitantes, el 9% de la población mundial, pero acredita el 24% de las muertes violentas del planeta.

    A fin de los años 80 Cuba ya había dejado de ser la retaguardia de la guerrilla, pero la implosión de la URSS en 1991 fue el golpe de gracia que llevó a los insurrectos de El Salvador y Guatemala a firmar una paz que mal disimulaba la derrota, y  otro tanto ocurría con la ‘contra’ antisandinista en Nicaragua, que Estados Unidos ya no necesitaba por la desaparición del enemigo soviético. Solo resiste hoy la obstinación narcótica de las FARC.

    Pero la mayor transformación del continente se debe a la ascensión del chavismo (1999-…) junto al presunto encuentro con su futuro del gigante brasileño. Con Washington encenagado en Irak y Afganistán, América Latina se estrena como nuevo actor en el juego internacional, aunque lo haga dividida en dos bloques, el bolivariano que dirige el presidente Chávez, con Ecuador, Nicaragua y Bolivia como socios de número, y Cuba, allá en la ruina caribeña, patriarca pro tempore, y una agrupación laxa de democracias liberales de las que Brasil pretende ser líder social demócrata. El llamado socialismo del siglo XXI se vanagloria de su revolución en marcha pero el único auténtico revolucionario latinoamericano es hoy Evo Morales con su tentativa de deshispanizar Bolivia.

   El simbolismo con mayor carga de futuro para esta América que se busca puede ser la reciente firma de la Alianza del Pacífico por los presidentes de México, Colombia, Perú y Chile, que espeta a Europa y Estados Unidos que ya no son la medida de todas las cosas; que Asia espera.

domingo, 16 de septiembre de 2012

DESTINO: PACIFICO

M. A. BASTENIER

El País, 6 de junio de 2012
 
A comienzos del siglo pasado Theodore Roosevelt vaticinó precozmente que el Pacífico iba sustituir al Atlántico como gran mar del quehacer mundial. Pero el presidente de Estados Unidos quería decir que el Pacífico sería en ese siglo ‘norteamericano’. Su país se había anexionado Hawai y ocupado las Filipinas y otros archipiélagos españoles en la guerra de 1898, y habría de convertir Guam en su gran base aeronaval en esas aguas. Para que el Pacífico se hiciera, sin embargo, asiático tenía que despertar China. Y lo que con las turbulencias del fin de la dinastía manchú en 1911 y la proclamación de la república era impensable, está ocurriendo ante nuestro ojos.

    Hoy, en el Observatorio de Paranal, desierto chileno de Atacama, los presidentes Juan Manuel Santos de Colombia, Felipe Calderón de México, Ollanta Humala de Perú, y Sebastián Piñera de Chile firmarán el Acuerdo para la Alianza del Pacífico, que, además de proponer una profunda integración económica de esos países, toma posiciones ante las extraordinarias perspectivas de negocio, centradas en China, que el océano de Balboa ofrece. Los cuatro firmantes, que van desde un indefinido centro-izquierda (Perú) a un prudente centro derecha (los tres restantes) forman un bloque de más de 200 millones de habitantes, renta per cápita de casi 10.000 euros, un tercio del PIB de América Latina, y un 50% de su comercio exterior. ¿Pero qué China es la que aguarda?

       China, el nuevo ‘taller del mundo’ -como se denominó en el siglo XIX a Inglaterra- recibía en 2000 el 9% del comercio exterior latinoamericano,  hoy, en cambio, pasa del 20% y puede desplazar en 15 o 20 años a Europa, que aún acredita la mitad de esas transacciones. En los últimos cinco años Pekín ha concedido a América Latina créditos por más de 50.000 millones de euros, vinculados principalmente a la producción de alimentos, así como está interesado en invertir en infraestructuras para mejorar su aprovisionamiento de materias primas. El interés chino por favorecer la industrialización latinoamericana es, obviamente, nulo. En el Pacífico Sur, que en gran parte reivindica China, se calcula que hay reservas de 130.000 millones de barriles de crudo y 25 billones de metros cúbicos de gas; pero también y en gran parte por ello, se incuba una novísima Guerra Fría entre Estados Unidos y el Celeste Imperio. Hay una base de marines en Port Darwin (Australia) y el presidente Obama anunció en noviembre pasado la reorientación de los intereses exteriores de Washington –en detrimento ¿de quién, si no de Europa?- hacia el Pacífico. Y China, que botará este año su primer portaviones, reafirma  incesantemente su particular versión de la Doctrina Monroe: “China para los asiáticos. ¿Cómo se ve el mundo desde Pekín? Gírese el mapamundi hacia la izquierda para que en vez de darnos de bruces con Europa occidental, de norte a Sur, Gran Bretaña, Francia y España-Portugal, obsérvese como el centro del planeta se aloja en el palacio de verano de la capital china, allí donde mejor se percibe la ley de gravitación universal. Toda una cura para la idea eurocéntrica de la historia.

    Para los cuatro firmantes, a los que pronto se sumarán Costa Rica y Panamá, esa descubierta encierra diferentes significados que desbordan lo puramente económico. Es un primer paso hacia  la liquidación del euro-centrismo del criollato, aunque quienes vayan a darlo sean muy mayoritariamente criollos (Santos, Piñera, y Calderón). Es la suya una negociación Sur-Sur, que puede pasarse de la intervención del Norte, representado por Europa e incluso Estados Unidos, y marca una simbólica emancipación intelectual de los antiguos colonizados, no sin que el lastimoso estado de Europa provoque en algunos actores un si-es-no-es de satisfacción. En segundo término, esta orientación apunta a nuevas realidades. Brasil, que lleva años postulándose como prima donna de América Latina, puede interpretar el movimiento como un ejercicio de compensación: al gigante próximo de Brasilia se le opone otro más lejano y sin aspiraciones políticas conocidas como Pekín. En el esquema westfaliano de equilibrio entre Naciones-Estado, América Latina, pese a  las diferencias entre el grupo bolivariano, Brasil, y el resto, tiene ya unas ciertas hechuras de bloque internacional, y percibe a China como recurso y jamás amenaza.

    Por último, ese nuevo frente exterior podría facilitar la reincorporación de México, con el presidente que suceda a Calderón el próximo 1 de diciembre, a la política general iberoamericana, tras el duradero y narcótico ensimismamiento en su frontera norte. Al bloque de naciones de habla hispana le haría mucho bien ese regreso.      

     

DUELO EN ALTA SIERRA


M. A. BASTENIER

El Espectador, 3 de junio de 2012
 
El historiador Carlos Malamud, latinoamericanólogo jefe del Real Instituto Elcano de Madrid, le ha dado el título que encabeza estas líneas a un artículo publicado en España sobre el duelo entre el presidente Santos y su antecesor, Álvaro Uribe. Alude con ello a un extraordinario ‘western’ de los llamados crepusculares, ‘Duelo en la Alta Sierra (‘Ride the High Country’, Sam Peckinpah, 1962), que protagonizaban dos veteranas estrellas de la época, Randolph Scott y Joel McCrea.

    La similitud de situaciones es solo relativa pero muy diciente. El primero era un antiguo servidor de la ley y su compañero un comisario en ejercicio, ambos en la última recta de su carrera, contratados para una postrera operación sumamente peligrosa. Scott se deja tentar por una buena suma de dinero y traiciona a McCrea. Pero cuando el fiel comisario va a una muerte segura reaparece su amigo y colega y ambos, reconciliados, dan buen término a la misión, aunque no sin que uno de ellos pague su abnegación con la vida. Los parecidos y la asignación de papeles quedan a gusto del lector, pero como la historia entre el presidente y el expresidente colombianos aún no ha tocado a su fin, nadie sabe si la lealtad acabará por imponerse a la querencia de poder.

    En España se sigue el enfrentamiento entre los líderes de la derecha y el centro-derecha colombianos –asígnese aquí también los papeles a gusto del consumidor- sin saber muy bien a qué carta quedarse. La derecha española puede sentir la tentación uribista porque el expresidente fue y sigue siendo muy querido en este país. Y, aunque la ascendencia de ambos es indiscutiblemente española, factor este que juega un gran papel en el afecto que la opinión del país ibérico pueda prodigar a las personalidades latinoamericanas, Uribe sale ganando precisamente por lo que le falta y no lo que le sobra. Aunque su inglés es bueno, su acento, castellanísimo, es el propio de un señor del campo colombiano, en contraposición al que despliegan los círculos más selectos de la sociedad bogotana. Y tener un acento demasiado bueno en España, que no se luce demasiado con  los idiomas, puede ser hasta de mala educación. Ahí Santos queda, por comparación, como más gringo, y eso se carga en contra del interesado.

    ¿Cómo se puede explicar a los españoles por qué se pelean? ¿Qué fundamento hay para sostener que el jefe de la oposición a Juan Manuel Santos es el propio Uribe? Eso ya lo dijo Ernesto Samper, y quien esto firma así lo publicó en una columna a comienzos de 2011, poniéndolo en boca del expresidente liberal. La opinión española sabe que Uribe clama ‘traición’, basándose en que el mandato de Santos se aleja de la pauta que él le dejó encomendada, y que sostiene que lo eligieron para continuar su obra y no para poner en práctica temerarias novedades como amigarse con el presidente venezolano Hugo Chávez. A ello habría que sumar, siempre según la mesnada uribista, la persecución judicial de sus íntimos colaboradores, la despresurización de la lucha contra las FARC y, lo peor de lo peor, hacer la paz y no la guerra con los narco-insurrectos.

    Pero, en realidad, el que se sorprendiera en España o en Colombia, de que Santos haya querido ser su propio presidente, andaba mal de información, porque a nadie puede caberle en la cabeza que un gran señor de Bogotá podía resignarse a ser la copia de un hacendado paisa, como tampoco habría sido posible al contrario. Y si hay un matiz importante en las diferencias entre ambos mandatos, de nuevo vistas las cosas desde el otro lado del Atlántico, debería ser el mayor acento que Santos pone en la modernización de Colombia, lo que incluye su posicionamiento en una especie de centro diplomático de América Latina, amigo de todos, subordinado de ninguno, que en la mera cuestión de orden público o doctrina de la seguridad democrática.  

    Las similitudes con la película de Peckinpah solo pueden ser de libre interpretación de los interesados. Para el ‘santismo’ será perfectamente legítimo entender que la traición de donde viene es, contrariamente, del uribismo, en la medida en que a los expresidentes la lealtad institucional se les supone, y que, como decía Felipe González de los jarrones chinos, tienen que hacer bonito allí donde los pongan. Cierto que no es la primera vez que hay disensiones entre presidentes entrante y saliente, como hubo entre López Pumarejo y otro Santos, Eduardo, pero jamás se había alcanzado un nivel de irritación, favorecido por el cómodo invento del twitter, como en la actualidad. Vistas las cosas en esta distancia y con diferencias tan naturales se comprende mal la trifulca. Salvo por una cosa. La añoranza que siente Álvaro Uribe de su presidencia. Y si hay que poner a los españoles en la pista de lo que guarda el futuro habría que subrayar que la hora de la verdad está por llegar con las elecciones legislativas en las que, si la amistad de los dos protagonistas del ‘western’ presidencial no lo remedia, se sabrá quien tiene a una mayoría de colombianos tras de sí.

    La preferencia española se tendrá que debatir dolorosamente entonces entre aquel al que se quiso tanto, el expresidente Uribe, y el que hoy ocupa el cargo, a quien se quiere más cada día, sobre todo si acude a la próxima cumbre iberoamericana de Cádiz para conmemorar los 200 años de la Constitución de 1812: Juan Manuel Santos, presidente colombiano en ejercicio.

DEMOCRACIA POBRE O POBRE DEMOCRACIA

M. A.  BASTENIER

El País, 16 de mayo de 2012
 
Por dos años consecutivos América Latina afirma que su mayor preocupación no es la democracia, la economía, o el desarrollo social, sino la violencia desatada. El Latinobarómetro, encuesta que anualmente publica el instituto que encabeza Marta Lagos, cifra en 32% la opinión que así expresa muy justificadamente sus temores, puesto que el continente latinoamericano alberga el 9% de la población mundial, pero ‘acredita’ el 27% de muertes violentas. Ese volumen de homicidios es una negación directa de la democracia.

     La pobreza es un factor, pero ni siquiera la indigencia se traduce mecánicamente en guarismos de criminalidad. Entre 1990 y 2008 la pobreza cayó en América Latina de un 48% a un 32%, pero no así la violencia, ni, sobre todo, la percepción social de la misma. Esa percepción, que va del 20% en Perú al 61% en Venezuela, tampoco se vincula proporcionalmente a la inseguridad. Las cifras son extremas en Venezuela porque el agravamiento de la inseguridad ha sido vertiginoso en los últimos años. Pero hay -como destaca el Latinobarómetro- otros dos factores, aún de mayor importancia, que explican el desencadenamiento de la violencia en el mundo iberoamericano. Son la desigualdad en un continente en el que el 20% de la población posee el 58% de la riqueza, y cinco países de la zona figuran entre los 10 más injustos del mundo, uno de ellos el catecúmeno de gran potencia que es Brasil. Y, aún más significativa, la ausencia o deficiencia de un discurso, en el símil de moda, una ‘narrativa’, que el poder sea capaz de segregar para combatir la plaga.

    América Latina ha conocido recientemente dos ejemplos de conducción pública, en los extremos opuestos de ese arco de éxito o aparente fracaso: Álvaro Uribe en Colombia y Felipe Calderón en México.

    

    En el Latinobarómetro se dice: “América Latina está capturada por el clima de opinión de que el crimen, la delincuencia, se ha tomado la agenda informativa y domina la comunicación social”. El presidente Uribe (2002-2010) logró difundir, en cambio, una narrativa de victoria sobre el crimen, guerrillero y civil, que denominó doctrina de ‘seguridad democrática’. La estrategia surtió efectos inmediatos, de manera que propietarios de tierras, grandes y pequeños, familias con segundas residencias, y transeúntes en general, recobraron libertad de movimientos. El Estado volvió a estar presente en todo el país y la guerrilla -en absoluto, sin embargo, acabada- tuvo que refugiarse en lo más profundo de la espesura. El índice de homicidios, hoy de 33 o 34 por 100.000 habitantes al año, ha bajado de más de 40 a fin del siglo pasado, aunque más ha caído la percepción de la violencia. El presidente en ejercicio, Juan Manuel Santos, si bien mantiene la doctrina Uribe y ha asestado golpes decisivos a las FARC, ha orientado principalmente su narrativa hacia la modernización del país, haciéndose con ello blanco de las críticas de su antecesor, que se añora a sí mismo en la presidencia.

    El caso de Calderón es diametralmente opuesto. Desde que en diciembre de 2006, al comienzo de su sexenio, declaró la guerra al narco, ha abierto un nuevo campo de batalla con una multiplicación del índice de homicidios de ocho a casi 20. En los últimos años, los particulares han invertido en México miles de millones de euros en reforzar la seguridad de sus viviendas, y un 78% piensa que la situación solo puede empeorar. El presidente mexicano rechazó hace unos meses una oferta de negociación de carteles del narco como algo incompatible con la democracia, que habría ahondado la percepción de que el Estado estaba perdiendo la guerra. A punto de dejar el cargo, Calderón insiste en que no había otra forma de encarar el problema. Jorge Castañeda y Rubén Aguilar sostienen, diferentemente (‘El Narco: la guerra fallida’, 2009), que aquella declaración creó un problema inexistente, en tanto que el periodista Jorge Zepeda replica que el narco estaba ya saliendo de las catacumbas para inundar la sociedad. La sobre-exposición mediática del fenómeno, con frecuentes anuncios oficiales de detención de significados narcos, no ha constituido, en cualquier caso, una convincente narrativa de victoria, sino  una fallida maniobra de consolación.

     Y todo ello remite a la insuficiencia del Estado, de la que es corolario la corrupción de las fuerzas de seguridad, mal del que se repone Colombia y padece agudamente México. El inventor del surrealismo, el francés André Breton, dijo con ingenio cruel y despectivo que “Si Kafka hubiera sido mexicano, habría sido un autor costumbrista”.

          

IRRUPCIÓN DEL NEO-PERONISMO

M. A. BASTENIER

El País, 25 de abril de 2012
 
En Argentina se libra una batalla entre espectros. El abracadabra del general Perón resiste difícilmente la irrupción de su sucesor, el kirchnerismo, emanación sacralizada de Néstor Kirchner, anterior presidente que murió hace dos años dejando viuda a la titular del cargo, Cristina Fernández. El kirchnerismo acuna y legitima, sin embargo, el crecimiento de un credo fuertemente populista e izquierdizante, atribuible en su totalidad a la presidenta. Por eso, lo propio sería hablar de cristi-kirchnerismo.

    ¿Cuáles son los elementos constituyentes de ese neo-peronismo? El más visible es la juventud, representada de manera decisiva para la estatización de YPF-Repsol por dos poderosas fuerzas políticas, que colonizan los aparatos de poder argentinos. La Cámpora, que toma su nombre de Héctor J. Cámpora, el presidente de quita y pon que le guardó la silla caliente al general Perón en su regreso al poder en 1973; y el Movimiento Evita, del que no hace falta decir a qué santo se encomienda.

    La Cámpora domina las comunicaciones institucionales a través de la agencia Télam, que aseguraba que el G-20 quería más a Argentina que a España, y Canal Siete, bajo los auspicios de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual, en cuyo consejo tiene dos representantes; ha puesto asimismo pie en Interior, donde ocupa la secretaría de Asuntos Municipales; se despliega en el ministerio de Planificación; y hace otro tanto en Justicia, donde el segundo del ministro es Julián Álvarez, connotado camporista. Pero es en Economía donde tiene su alma mater en la persona del viceministro y autor intelectual de la expropiación, Axel Kicillof, a los 41 años estrella emergente del poder crístico, de quien se cuenta que ha dicho: “a Cristina la tengo hipnotizada”. Y todos ellos, encabezados por su jefe, Máximo Kirchner, hijo de la pareja Kirchner-Fernández, forman la Guardia Pretoriana de la presidenta. El Movimiento Evita, en contraste con el ‘entrismo’ de La Cámpora, es una fuerza de base obrera, que bajo la dirección de Emilio Pérsico dice contar con 70.000 militantes y gestiona numerosas cooperativas del programa ‘Argentina Trabaja’. Mientras los primeros quieren ser los cuadros del cristi-kirchnerismo, los segundos son correas de transmisión para el votante-pueblo de la fe neo-peronista.

     El segundo componente implica a los medios de comunicación privados, como consecuencia de la reciente aprobación de la ley que pone bajo control del Gobierno la importación de papel prensa, hasta ahora de libre adquisición. Las publicaciones periódicas gozan de plena libertad de crítica, pero, lógicamente, preocupa a empresas y profesionales la capacidad de amenaza y presión de que con ese instrumento se dota la presidencia.      

    Y el tercero es el anti-imperialismo, de momento en versión blanda, porque meterse con Estados Unidos serían palabras mayores. Ese sentimiento tan dado a los eslóganes, se parece crecientemente al chavismo, que vocifera contra Washington, pero mucho se cuida de no violentar el negocio del crudo. La presidenta argentina difícilmente competirá con la locuacidad de Hugo Chávez, pero el léxico de ambos ya converge, como cuando recuerda a los españoles la época en la que el trigo argentino “les llenaba la pancita”. El ‘cristi-kirchnerismo’ podría acabar siendo un nuevo ‘chavismo del siglo XXI’.

    Un 62% de encuestados es favorable a la expropiación, cuota estimable pero no arrasadora, pese a que los golpes de pecho nacionalistas suelen ser siempre bien recibidos, pero el apoyo masivo que recibió Buenos Aires por la reivindicación de Malvinas no se ha repetido. El pueblo argentino parece ser menos populista que su Gobierno. Y en el exterior, predeciblemente a favor están Venezuela, Ecuador, y únicamente pro-forma, Bolivia, donde Evo Morales se lleva muy bien con Repsol. Al eje bolivariano hay que sumar, pero con enorme discreción, Brasil y Uruguay, el primero por mostrarse anti-imperialista de oficio, y el segundo porque tiene demasiado que ver con Buenos Aires. Y enfrente forman Juan Manuel Santos de Colombia, que secamente dijo que en Bogotá no se nacionalizaba; Felipe Calderón de México; y Sebastián Piñera de Chile, países ambos con intereses en Repsol. La mayoría de los demás prefiere callar.

     El ascenso de La Cámpora provoca el recelo del peronismo clásico que considera obra suya la victoria en primera vuelta de las presidenciales, y ha debido ver con satisfacción la caída en una trifulca con el vicepresidente Amado Boudou, del mayor de los ‘camporistas’ históricos, el Procurador General Esteban Righi. Pero, como escribe Morales Solá en ‘La Nación’, Cristina Fernández está obsesionada con que se la vea como una ‘líder fundacional’. El de un nuevo peronismo.

FORCEJEO EN CARTAGENA

M. A. BASTENIER

El País, 18 de abril de 2012
 
Las cumbres internacionales se han convertido en instrumentos de la diplomacia como nuevo aspecto de un multilateralismo que avanza. No se espera necesariamente de ellas que celebren o rubriquen grandes acuerdos, sino que sirvan cuando menos de punto de encuentro para jefes de Estado, o reverbero para tomas de posición a las que se quiera dar debida solemnidad. Las cumbres ya no son lo que eran hace más de medio siglo, pero el mundo tampoco lo es.

     El fin de semana pasado en Cartagena de Indias la Cumbre de las Américas cumplió con esas expectativas. Nadie podía esperar que Washington se plegara a la exigencia universal latinoamericana de que se admitiera a Cuba en la próxima cumbre; menos aún que aceptara la despenalización de la droga; y quien pensara que Estados Unidos iba a apoyar a Argentina contra Gran Bretaña en su reivindicación de las Malvinas es que no lee inglés. La cumbre no fracasó porque se airearan esos profundos desacuerdos, sino que, al contrario, el hecho de que se expusieran permitió salvar los muebles. La cita no fue de las que marcan un ‘antes y un después’, pero sí subrayó que si el ‘antes’ sigue siendo el mismo, el ‘después’ –la próxima cumbre en Panamá en 2015- debería ser diferente. ¿Existirá para entonces el bloque bolivariano? ¿Cumplirá este su amenaza de no acudir a la cita, si Cuba sigue excluida? ¿Habrá, incluso, cumbre?

    En La joya del caribe colombiano se ha desarrollado un forcejeo sobre la naturaleza de la agenda para las cumbres, en el que se contraponían Estados Unidos y la mayor parte de América Latina. El presidente norteamericano Barack Obama quería centrar la reunión en lo económico con el lema de avanzar hacia la prosperidad de todos; en lo tecnológico con la difusión de Internet; o en lo social con el combate a la inseguridad ciudadana en la zona más peligrosa del planeta. Todo ello, respetable, urgente, y trascendental, que era para lo que fundó la Cumbre de las Américas el presidente Clinton en 1994, pero de negociación tan genérica como de resultados ad calendas. El bloque latinoamericano, y no solo las diversas izquierdas, desde Brasil y Argentina a los bolivarianos, sino también derechas de originalidad contemporánea como Colombia o  Guatemala, pugnaban por la extrema politización de la cumbre: Cuba, drogas, y Malvinas, con la pretensión de que Estados Unidos modificara posiciones entre esa Santísima Trinidad de contenciosos; la disyuntiva se presentaba entre cumbres de terciopelo o de pelo en pecho.

    Es sumamente dudoso que ni siquiera Barack Obama reelegido para un segundo mandato pudiera plegarse a la admisión del régimen castrista en el areópago del hemisferio; que reconociera que el mercado de la droga en Estados Unidos, con un giro de 45.000 millones de euros al año, es el gran nutriente del narco; y que el tráfico de armas Norte-Sur –Amnistía Internacional calcula que hay 15 millones de armas cortas en manos de particulares en América Latina- es su mejor instrumento; e igualmente, las naciones latinoamericanas que declaran fracasada la lucha policial contra el narco, deben reconocer que son las primeras culpables del flagelo por la corrupción de una fuerza pública que ni lucha ni actúa como verdadera policía; y, finalmente, que en el conflicto de las Malvinas, Washington no va camino de preferir Cristina Fernández o Dilma Rousseff a David Cameron, como pudo comprobarse en sendas y recientes visitas de la presidenta brasileña y del primer ministro británico a Obama, en las que la primera se quedó sin cena protocolaria con el presidente, honor que, en cambio, sí mereció el segundo.

     En el reparto de premios, Colombia brilló por una organización impecable y su presidente Juan Manuel Santos estuvo elocuente para postularse como país bisagra entre las diferentes sensibilidades latinoamericanas. Pero el continente estaba gravemente descoordinado: el boicot del presidente ecuatoriano Rafael Correa a la cumbre no sirvió a ningún propósito; el propio Santos olvidó a Malvinas en su alocución central; el líder venezolano, Hugo Chávez, dejó que su enfermedad explicara tácitamente su ausencia; el presidente nicaragüense Daniel Ortega hizo asimismo ‘forfait’ a última hora; México solo se interesaba por el combate al narco; y Rousseff parecía estar allí básicamente para que todos vieran cómo Brasil trataba de ‘tú a tú’ a Estados Unidos.

    El relativo mérito de la cumbre ha consistido en defender posiciones aunque estas no gusten a Washington. Pero en la cita de Panamá es probable que se compruebe que Américas siempre hay demasiadas. 

     

   

        

   

   

         

     

LAS ELECCIONES DE LA DESORIENTACIÓN


 M. A. BASTENIER

El País, 11 de abril de 2012
 
¿Cómo resistir a la tentación de comparar la decadencia, o la desorientación de Francia, con la personalidad de sus candidatos a la presidencia? Pero el desleimiento de Francia puede verse también como una forma epigonal del decaimiento de Europa. Si queda un resto de pareja formalmente directora de la UE - la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy- es porque Berlín se siente más cómodo compartiendo el fardo de la crisis, mientras el país avanza  hacia su plena libertad de acción internacional. Si un día se habló de europeizar Alemania, hoy tocaría hacerlo de la germanización de Europa.

    En menos de dos semanas comenzará el proceso electoral francés, y hay que decir proceso porque en primera vuelta solo se ganará a los puntos y hasta la segunda vuelta en mayo no se sabrá quién se enroca en el Elíseo. Tan solo el presidente Sarkozy, derecha pos-gaullista, y François Hollande, socialista de oficio, pueden revalidar o alcanzar esa dignidad, pero hay tres más, el pluscuam-socialista Jean-Luc Melenchon, el centrista al cuadrado Francis Bayrou, y Marine Le Pen, segunda generación de xenofobia, que luchan pensando en el día de mañana, y son los que ‘elegirán’ vencedor.

    El candidato socialista es serio, decente, trabajador y posee todos los atributos para ser un buen presidente de Francia, excepto parecerlo. Sarkozy es poco serio, vulnera los límites de la impropiedad como cuando ataca con electoralismo anti-europeo a España, y aún más que trabajador, hiper-expansivo, ha podido parecer en algún momento presidencial. En 2007, cuando se sacó su primer periodo, vendió un producto diferente, que podía llamar la atención del ciudadano como la portada a color de una revista. Su mandato tenía que ser el de la transparencia, el votante sabría siempre en qué andaba su presidente, pero en cambio ha sido el de la prensa del corazón, golosa de explotar la imagen de su esposa Carla Bruni, con la aparente complacencia del propio Sarkozy. El líder conservador desacralizaba peligrosamente con ello la jefatura del Estado hasta convertirse en un presidente coloquial. Y Francia mal puede apreciar esa mudanza. Más asumible puede haber sido otro gran rasgo de su gobernación: el atlantismo, en nombre del cual reintegró Francia al mando militar de la OTAN, enterrando definitivamente el gaullismo. ¿Cabe imaginar al general De Gaulle, Mitterrand o incluso Chirac participando con el entusiasmo de Sarkozy en el cerco norteamericano de un Irán, del que solo se sabe que enriquece átomos?  

    Hollande, que nunca ha sido ministro ni desempeñado cargo público relevante, es un intelectual laico, que no logra desembarazarse de un cierto aire burocrático. Habla bien, sabe lo que dice, es centrista dentro de una izquierda compasiva y moderada, pero se maneja mejor en el cuerpo a cuerpo que en la media o larga distancia de los mítines. Hace unos días compartió atril con su antigua compañera, Segolène Royal –derrotada como candidata socialista por Sarkozy en 2007- y sus esfuerzos por mostrarse natural eran más rictus que actitud.

    Más allá de la pareja principal, aquella terna de candidatos aspira a obtener resultados cuando menos respetables. Bayrou, que se difumina progresivamente entre Sarkozy y Hollande, será crucial porque quien de ambos muerda más en segunda vuelta de su voto centrista, tendría mucho ganado; Le Pen, cuyo Frente Nacional, crecientemente inter-clasista y más cerca del presidente que del aspirante, confía en superar los 12 o 13% de sufragios para hacer algo más que salvar los muebles; y Melenchon que, con el 15% que le adjudican las encuestas, sería el vencedor moral de esa primera vuelta, se hallaría en disposición de refundar un nuevo partido socialista a la izquierda del socialismo. El candidato de esa retórica veterana suena hoy a un híbrido entre Robespierre y De Gaulle, aunque para sus detractores recuerde más bien a Scaramouche. Pero solo la aportación de ese acopio de votos le daría la opción a Hollande de rebasar en segunda vuelta el 50%.

    Sarkozy parece haber interiorizado la hegemonía alemana en la dirección de la UE. El candidato socialista, diferentemente, ha llegado a decir que había que revisar los recientes pactos europeos, dentro de los cuales casi nadie niega que es muy difícil practicar una política de izquierdas, pero Hollande en el poder tendría seguramente un gran problema para decir que no a Merkel. Si Francia solo sirve ya para lugarteniente de ocasión en una Europa, alemana o no, en delicuescencia, la latinidad y España, en particular, tendrían sobrados motivos para lamentarlo.         

LA GUERRA QUE NO TENDRÁ LUGAR

M. A. BASTENIER

El País, 5 de abril de 2012
 
El 2 de abril de 1982 el ejército argentino ocupó las Malvinas, en poder de Gran Bretaña desde 1833, desencadenando una guerra de 74 días, en la que murieron 649 soldados propios y 255 británicos. El pacifismo más piadoso califica cualquier guerra de absurda e injustificada, lo que es francamente discutible, pero sí de plena aplicación al desatino de una dictadura militar criminal, impotente, y analfabeta, encabezada por un general, Leopoldo Galtieri, al que los sicofantes llamaban ‘el Patton del Plata’ por un vago parecido con el militar norteamericano de la II Guerra.

    Los uniformados argentinos pensaron que la mejor forma de regresar a los cuarteles o aún prolongar su mandato, era hacerlo con la gloria de haber recobrado el archipiélago del Atlántico Sur, que les excusara de responder por los miles de desaparecidos de la ‘guerra sucia’. A los pocos días del desembarco en la Gran Malvina, un coronel de la RAF declaraba a la televisión británica que si se “imponía la sangre italiana”, los argentinos “evacuarían el archipiélago, pero si prevalecía la española, habría guerra”. Sea cual fuere la que prevaleciera fue un crimen de lesa humanidad enviar a unos soldaditos de reemplazo contra un ejército de profesionales. El resto de América Latina, menos Chile, cuyo general Pinochet se cobró en material de guerra británico el apoyo a Londres, y Colombia, que jugó a la neutralidad, respaldó aunque con lo justo de entusiasmo a Buenos Aires.

    La embajadora de  Estados Unidos ante la ONU, Jeane Kirkpatrick, anticomunista, católica, y de origen celta, por ese orden, prefería a los golpistas, pero el presidente Ronald Reagan le dio a la señora Thatcher lo que la primera ministra pedía: la base de Ascensión, a medio camino entre Londres y Port Stanley, sin cuyos bastimentos la guerra habría sido difícil de sostener. La hija del tendero de provincias, temerosa de que el enemigo se escabullera entablando conversaciones interminables, una vez dueña de las islas, ordenó que se torpedeara al crucero pesado General Belgrano, fuera de las aguas territoriales de Malvinas, donde murieron más de la mitad de los argentinos en combate. Europa que no entendía muy bien esa guerra distinta y distante, dio apoyo de oficio a los anglosajones, con la salvedad de España –por Gibraltar e Hispanoamérica- e Italia –por sus emigrantes-, países cuyas opiniones públicas no se resolvían a condenar la insensatez de Galtieri, el mismo que mientras los británicos reconquistaban la isla principal, pedía entre vapores alcohólicos que se aerotransportara unas tropas que no existían para socorrer al general Benjamín Menéndez, jefe del cuerpo expedicionario. El militar argentino era un ‘cabecita negra’, y de quien se dice que Fidel Castro preguntó esperanzado “si era de los que combatían”. En el bando derrotado se publicaron locuras como que los gurkhas habían asesinado a 300 prisioneros argentinos, lo que jamás habría consentido la oficialidad de Su Majestad y menos aún de un país que hasta unos días antes del conflicto era tan famosamente pro-británico. Y en el bando vencedor se supo que Thatcher estaba indignada por la escrupulosa equidistancia con que la BBC informaba de la guerra.

     El enfrentamiento hoy solo puede ser político: el respaldo, en esta ocasión irrestricto de América Latina, desplegado con una condena del colonialismo británico, que se redoblará en la próxima cumbre de las Américas en Cartagena, así como algún cierre de puertos latinoamericanos a barcos de guerra y en ciertos casos, mercantes, que icen la Union Jack; y económico: la viuda Kirchner pretende impedir que Gran Bretaña comience a extraer, probablemente a partir de 2016, el petróleo en aguas de la zona, con reservas evaluadas en unos 12.000 millones de barriles. Pero ya ha logrado su primer objetivo: reinstalar las Malvinas en la agenda latinoamericana, de forma que Londres no pueda maniobrar sin darse de bruces con el problema. Y tampoco los apoyos internacionales de 1982 están a la orden. El Washington de Obama ya ha declarado su neutralidad y Europa tratará de mirar para otro lado, repitiendo el consabido mantra de la negociación entre las partes.

     Nadie ignora que las Malvinas  –como Gibraltar- jamás dejarán de ser británicas sin el consentimiento de sus 3.000 habitantes. Y solo un trato económico mejor que el que reciben de Londres podría disipar el recuerdo de una guerra tan cruel como innecesaria, que un aire porteño epitafió quejumbrosamente: “Con Malvinas o sin Malvinas/grito tu nombre por las esquinas/mientras que los generales/se dan al tango por los portales”.    

POR QUÉ RESISTE ASSAD


M. A. BASTENIER
El Espectador, 1 de abril de 2012
 
Hace apenas unas semanas parecía que la caída del régimen de Bachar el Assad era casi inminente. El Gobierno de Damasco parecía condenado y era únicamente cuestión de establecer el calendario, e incluso parecía que toda la culpa de que el fatal desenlace aún no se hubiera producido le correspondiera a Rusia y China, que seguían sosteniendo al dictador, de un lado para proteger sus inversiones, y de otro para disputarle la arena geopolítica a Estados Unidos. Hoy sigue siendo cierto que el régimen sirio difícilmente puede sobrevivir a la cuasi guerra civil que con su torpeza represora ha provocado, pero demuestra a diario que está dispuesto a vender muy cara la piel.

    Damasco se sostiene sobre una trinidad: ejército, partido y sentimiento religioso, y de la combinación de esos tres elementos, así como de la capacidad de la oposición de hacerles frente con argumentos similares dependen -mientras Occidente siga sin intervenir- la duración e intensidad de la masacre.

    En Siria hay dos ejércitos. El regular, de unos 300.000, hombres, formado por reclutas, solo regularmente armado, con un ‘esprit de corps’ limitado y de adiestramiento indiferente; y unos cuerpos de elite que integran la Guardia Republicana, mandada por el hermano menor del presidente, Maher el Assad, de unos 25.000 miembros, más dos divisiones y una brigada de operaciones especiales, con lo que se llega a los 40.000 efectivos, pertrechados con lo mejor del mercado ruso así como de lealtad probada. El goteo de deserciones que se ha producido en algo más de un año de protesta popular y, en los últimos meses, de combates, ha afectado casi exclusivamente a las fuerzas regulares. El partido es el Baas, que en árabe significa resurrección, fundado por el greco-ortodoxo Michel Aflaq en los años 40, partidario de un esotérico socialismo de uso interno musulmán, y tan anticomunista como la democracia cristiana. El Baas, que además cuenta con una milicia de unos 100.000 hombres, aunque de escaso valor militar, tomó el poder por un golpe militar en 1963 y ahí sigue, pero hace ya mucho que se ha convertido en una superestructura para medro y privilegio, de forma que, en particular para ganarse la vida, es inexcusable formar parte del mismo. Las defecciones en su seno tampoco han sido importantes, pero seguramente es el eslabón más débil de la cadena. Y el grupo religioso es el alauí, una protuberancia dogmática del chiísmo, que reina en Irán, que, aunque no agrupa a más de un 12% del país, los Assad, la alta oficialidad, ministros y jerarquías forman una apretada piña de esta persuasión religiosa, que contrasta con la inmensa mayoría de los reclutas, así como de la nación en general, que son suníes, versión esta muy mayoritaria del Islam en el resto del mundo árabe.

     Si el Baas se debilita gravemente por futuros abandonos hasta el punto de permitir que los rebeldes formaran un Gobierno en el exilio, susceptible de ser reconocido –como en el caso de Libia- por Occidente,  los Assad podrían, sin embargo, seguir resistiendo contando con el apoyo de las unidades de élite y la cohesión alauí. Pero si se rompe cualquiera de estas dos últimas patas el régimen estaría condenado. Y a la espera de que eso ocurra, la oposición, para tener éxito,  ha de construir una imagen de alternativa política y militar que sea verosímil.

    La cohesión religiosa está asegurada por el sunismo, pero no hay ejército rebelde ni coalición de partidos dignos de tal nombre. Existe un llamado Ejército Libre Sirio, apenas capaz de resistir atrincherado, como pudo hacer en un suburbio de Homs durante varias semanas hasta que lo expulsó el ejército sin necesidad de recurrir al armamento pesado. El procedimiento habitual ha sido rodear a las fuerzas rebeldes, bombardear con artillería durante varios días y solo entonces ‘limpiar’ el terreno, procurando reducir al máximo las bajas propias. Y en lo político la amalgama aún es mayor con una marea de suníes de los que buena parte pertenece a la Hermandad Musulmana –islamismo, en principio, moderado- oficiales y dirigentes caídos en desgracia, voluntarios yihadistas –islamismo radicalizado- y terroristas de Al Qaeda. Comprensiblemente, Estados Unidos se resiste a armar a los rebeldes porque las armas que recibieran sí serían de las que carga el diablo. Un fantasmal Consejo Político de la oposición carece, igualmente, de cohesión alguna, con lo que esa trinidad no puede hoy compararse a la que sostiene a Bachar el Assad.

     Habría, con todo, dos vías de salida para este punto ‘muerto’. Una la intervención limitada de Occidente con la creación de una zona ‘liberada’ limítrofe con Turquía, que es lo que pide Ankara, protegida por la aviación. La otra, más cómoda para todos, sería la ruina económica –la represión es cara- que supone el conflicto para Siria, de forma que acelerara la erosión  del régimen hasta provocar el golpe desde el interior; o una combinación de ambas fórmulas. Hoy, en cambio, el único movimiento es diplomático. Rusia y China apoyan, junto a Occidente, una mediación de la Liga Árabe y la ONU, que permitiera llegar a un alto el fuego, aunque fuese por etapas y sectores, y, ya en el colmo del optimismo, un acuerdo para dar una alternativa política a la dictadura con la familia Assad. Pero todo ello suena a ganar o perder tiempo. Ganarlo Damasco, perderlo Occidente.  

CUBA: ¿FIN DE REINADO?


M. A. BASTENIER
El País, 28 de marzo de 2012

El viaje de Benedicto XVI a Cuba agradece buen número de interpretaciones, pero todas con algo en común: el Vaticano apoya el proceso de reformas de Raúl Castro, que, si en lo político es muy limitado, en lo económico hace ya de la isla un lugar muy diferente del que visitó Juan Pablo II en 1998. Cerca de 300.000 negocios por cuenta propia se han registrado desde 2010.

    El plan, presentado en noviembre de hace dos años, prevé un castrismo sin los Castro, en el que la isla evolucione hacia una economía mixta –a la china-; el partido comunista no atosigue con su férrea mano al Estado; los gobernantes no puedan ejercer más de dos mandatos; aparezcan crecientes espacios de debate; y los actores sociales adquieran la autonomía que sería entonces imprescindible. Un ‘atado y bien atado’ a la cubana. Fuentes ‘liberales’ del régimen reconocen, sin embargo, que nadie sabe cuál es el punto de destino de esa posible evolución; que para no levantar ronchas en la Vieja Guardia, se prefiere emplear el término `actualización’ en vez de `reforma’; pero, también, que los sucesores de los hermanos Castro difícilmente tendrán la legitimidad y autoridad necesarias para controlar ese proceso. Puestos a nombrar lo desconocido, hay quien en la isla habla de ‘democracia deliberativa’, y otros, más artísticos, de ‘cubaneo’, lo que exige en ambos casos una descentralización profunda.

     El Vaticano, a quien interesa por encima de todo la libertad pastoral, aspira a re-evangelizar Cuba y una América Latina en la que el protestantismo le arrebata feligresía sin cesar, pero que aun agrupa al 35% de los 1.200 millones de católicos que la Iglesia tiene censados. Y así es como se ha inaugurado el primer seminario fundado en el país en el último medio siglo, San Carlos y San Ambrosio, cerca de La Habana; se especula con que el pontífice eleve a ‘venerable’ al sacerdote Félix Varela, uno de los precursores de la independencia, que comenzó como monárquico partidario de Fernando VII y murió como republicano al frente de una parroquia de Estados Unidos mediado el siglo XIX; no recibirá a disidentes, igual que hizo caso omiso de una carta firmada por 750 activistas de los derechos humanos, en la que se le pedía que no confortara la dictadura con su visita. La jerarquía cubana ya se había abstenido de condenar en 2010 la muerte por huelga de hambre de  Orlando Zapata, y el mismísimo Jaime Ortega, cardenal y arzobispo de La Habana, glosaba en febrero del año pasado “la buena marcha” de la reforma. Como moneda de cambio, o no, la Iglesia obtuvo –conjuntamente con el Gobierno socialista español- la libertad de 115 presos políticos.

    El Papa llegaba a La Habana, y no por casualidad, después de que se aprobara el plan de reforma, así como de que se confirmase a Raúl como presidente y sucesor de Fidel, en el VI Congreso del partido comunista cubano, celebrado en abril de 2011. Brasil, con visitas oficiales y medidas declaraciones que reivindicaban su soberanía internacional ante Washington, es la otra potencia que deposita su confianza en esa evolución del pos-castrismo.

    El ambiente ‘fin de reinado’ –el del castrismo clásico- lo refuerza el propio Fidel con la publicación en los últimos seis años de cuatro libros de memorias: ‘Biografía a dos voces’ con Ignacio Ramonet, en 2006,  ‘La ofensiva estratégica’, y ‘La victoria estratégica’ en 2010, y este año, ‘Guerrillero del tiempo’. Ese legado se presenta nada menos que como la historia de la nación en forma de autobiografía del fundador y patriarca. Pero las dificultades para que ese plan, relativamente abierto, se realice son considerables. La salud del presidente venezolano, Hugo Chávez -el del petróleo a precios de saldo- y su eventual derrota en las elecciones del próximo octubre le harían mucho daño a una transición que solo puede justificarse por el éxito económico. Y, finalmente, hay que contar con dos clases de radicales que quieren que el plan fracase. Los de Miami, que aborrecen cualquier intento de reforma para que el régimen se ahogue en su propia impotencia, y a la muerte del último Castro se extinga por sí mismo; y los de la isla que, con el establecimiento de algún sistema meritocrático, temen perder los privilegios con los que se premia la fidelidad.

    El exalumno de los jesuitas del Colegio de Belén recibirá probablemente cuando se compruebe si funciona el plan sucesorio, lo que tanto le preocupa: el veredicto de la historia.