M. A.
BASTENIER
El País, 4 de julio 2012
Enrique Peña
Nieto, elegido presidente de México como la humanidad entera predecía, lo es
doblemente, de apellido materno, y como nieto o tercera generación de los
grandes dinosaurios de su partido, el PRI, que consolidaron en los años medios
del siglo pasado una formación política que gobernaba con todos los ases en la
mano y las corrupciones que estimara necesarias, pero también con una cierta
capacidad de construcción de Estado. A los 18 años de la última elección de un
candidato priista, Ernesto Zedillo en 1994, y con Peña Nieto, el primero de su
partido elegido democráticamente, la opinión tiene derecho a preguntarse ¿cómo
es el PRI que recupera el poder? Y ¿quién es el candidato electo que lo
representa?
La especulación crítica teme la vuelta de
un partido hecho a las mañas del autoritarismo, la trampa y el desfalco de
caja. Pero 2012 no se parece a los años finales del siglo pasado. El escritor y
político Jorge Castañeda subraya la formación en el país de una burocracia
profesional que actuaría como freno y control del poder, cualquiera que este
fuese. El exceso dictatorial parece en las actuales condiciones imposible, pero
tampoco garantiza con ello el buen gobierno. Peña Nieto, que admira a Adolfo
López Mateos (1958-64), presidente de esa generación intermedia entre los
fundadores en los años 20 y los contemporáneos del priismo, se define como un
hombre sin definición, ante todo pragmático, atento primordialmente a los resultados. El historiador Enrique Krauze
cree que pertenecer a una tercera generación de sucesores de los dinosaurios del partido es, de rebote, su
mejor baza: “Parte de su atractivo reside en que los jóvenes no vivieron la
época del PRI, y piensan que entonces hubo paz y orden, y creen que su retorno
al poder significará eso”. Porfirio Muñoz Ledo, implacable adversario en las
filas izquierdistas del PRD, es, en cambio, devastador: “México no se merece volver
a ser gobernado por un analfabeto”, con lo que hace uno solo de Vicente Fox, (PAN,
2000-2006), y el propio líder priista, que en campaña no supo decir cuál era su
libro preferido. Pero nadie niega que tiene cabeza para la política, siquiera
sea con p minúscula: “Trae la política en la yema de los dedos; información en
la sala primera del cerebro; y una carta de navegación en la mano” (Ciro Gómez
Leyva, ‘Milenio’).
El primer problema del presidente electo es
la violencia desencadenada por la lucha contra el narco, que ha causado más de
50.000 muertes durante la presidencia del derechista Felipe Calderón
(2006-2012). Y, de nuevo, la opinión adversa recela de que busque alguna
componenda con los principales carteles, que permita reducir el estrés
ciudadano por el derramamiento de sangre. El representante de Peña Nieto ante
la Prensa internacional, Arnulfo Valdivia, argumentaba recientemente en Madrid,
que el anterior mandatario había golpeado al narco “solo con los puños” –el
Ejército- cuando hay que usar la cabeza”: información, infiltración, espionaje
electrónico; es decir, el CSI a la mexicana. El futuro presidente retirará a
los militares de las calles y creará una gendarmería federal de 40.000
efectivos, inspirada en el Cuerpo de Carabineros colombiano, para lo que ha
contratado como asesor al policía mejor considerado en toda la historia de
Colombia, el general Oscar Naranjo. Esta fuerza responderá únicamente ante el
Gobierno y actuará pasando por encima de los 2.000 cuerpos de policía ya existentes,
tratando de despresurizar la cobertura mediática de la violencia para una
opinión que ya no puede dar crédito al aluvión de ‘éxitos’ pregonados en el combate
contra la delincuencia, que, sin embargo, inflan en vez de aminorar las
estadísticas de muerte. ¡Cuantas veces se ha anunciado la captura del enemigo
público número uno! para comprobar que el surtido era inagotable.
Enrique Peña Nieto, 45 años, telegénico esposo
de una estrella del melodrama televisivo, es un híbrido al que rodean
tecnócratas de Harvard, y dinosaurios del periodo pre-cámbrico, sin que nadie
sepa por qué especie se decantará. El profesor García Rivera se plantea el
interrogante de un presidente entre Ave Fénix y
pterodáctilo. Y enfrentado al izquierdista López Obrador, que se
desprestigió orquestando una histriónica sublevación civil tras las elecciones que
perdió en 2006, y a una Josefina Vázquez Mota, del PAN, que cargaba con el peso
del fracaso en la lucha contra el narco, al nuevo presidente podría convenir lo
que el vizconde de Ségur dijo de Napoleón: “aquel que no gusta del todo a
nadie, pero al que todos prefieren”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario