El Pais, 18 de enero de 2012
La política hace extraños compañeros de cama, pero que
salgan gemelos parece excesivo. Ese es el caso de la visita del presidente
iraní Mahmud Ahmadinejad a Venezuela,
Cuba, Nicaragua, y Ecuador, con cuyo motivo el presidente ‘nica’, Daniel Ortega,
no solo proclamó que ambas revoluciones, la sandinista y la de Jomeini, habían
nacido hermanas, el mismo año (1979), y del mismo útero, sino que en un extremo
desparrame retórico añadió que los nicaragüenses habían seguido enfervorizados
el triunfo de la revolución de Teherán. No debían tener nada mejor que hacer.
Como la
gira coincide con un momento particularmente abrupto de las relaciones con
Estados Unidos –endurecimiento de las sanciones norteamericanas, pruebas de
lanzamiento de missiles, y amenaza iraní de cierre del estrecho de Ormuz, por
el que transita un cuarto del crudo mundial-
cabía preguntarse por qué se producía el recorrido de Ahmadinejad por
tierras latinomericanas. Dos escuelas de pensamiento obran en disputa: el
presidente, que anda mal de relaciones con el Guía Supremo, Ali Jamenei, querìa
mostrar lo seguro que se sentía en su puesto; o, contrariamente, debilitado por
el acoso norteamericano pretendía reforzar alianzas formando un bloque contra
Washington. Pero de lo que se trataba, en realidad, era de vocearle al mundo lo
convencido que está Irán de su capacidad para replicar devastadoramente a las
sanciones o incluso a un ataque contra sus instalaciones nucleares, sin
necesidad por ello de meterse en bloques, porque, además, no hay bloque posible en América
Latina sin Brasil, cuya presidenta Dilma Rousseff es mucho más exigente que su antecesor,
Lula, con sus amistades, o Argentina,
donde después del atentado de la AMIA, atribuido a agentes de Teherán, decir ‘Irán’ es decir ignominia. Ya existe, eso
sí, un cierto bloque irano-chavista, pero apenas simbólico, y sin capacidad de inquietar
a Washington.
Entre
iraníes y latinoamericanos no hay proyectos conjuntos de relevancia, pese a los
300 y pico de acuerdos que llevan firmados Teherán y Caracas; no hay
complementariedad económica porque dos de los países visitados, Venezuela y
Ecuador, son como Irán productores de petróleo, y los otros dos, Cuba y
Nicaragua, se proveen del crudo del Orinoco; no hay moralidad básica común porque
el régimen de los ayatolas niega el Holocausto y desea sobre todas las cosas el
fin de Israel, mientras que el primer Castro condenó hace dos años el
negacionismo de la barbarie nazi y respeta la existencia del Estado sionista;
ni, por último, hay ideología afín, como prueba la represión contra el partido
comunista iraní, Tudeh, cuyos militantes están en la cárcel, la clandestinidad
o el exilio. La gira solo se basa en el inagotable poder de convocatoria del
anti-americanismo. Los enemigos de mis enemigos son mis amigos.
¿Pero quién
gana y quién pierde en un posible juego de suma cero? Irán algo gana con su
desafiante actitud de ‘business as usual’, tan o más dirigida contra Israel que
contra Estados Unidos, puesto que si alguien piensa en machacar desde el aire las
instalaciones nucleares iraníes es el Gobierno de Jerusalén. El presidente
venezolano Hugo Chávez solo puede ufanarse, en cambio, de haber hecho una
‘rentrée’ internacional más o menos llamativa, a los siete meses de haber sido
operado de un cáncer de localización aún difusa, al tiempo que subrayaba su aparente
recuperación física reanudando el pasado día 8 en TV su espectáculo de
variedades, ‘Aló Presidente’. Y todo ello enmarcado por las elecciones presidenciales
del próximo octubre. Pero teniendo en cuenta que en sus 13 años de gobernación
el líder bolivariano ya había visitado Irán en nueve ocasiones, y Ahmadinejad estuvo
en Caracas en 2009, la trascendencia del encuentro solo puede ser relativa. La
familia Castro y Daniel Ortega no sacaban más que asistir puntualmente a las
celebraciones que organiza su surtidor de gasolina; y, finalmente ¿qué hacía allí
el presidente ecuatoriano Rafael Correa, que no recibe subsidios del chavismo,
ni tiene al paterfamilias de La Habana como mentor político universal?
Fortaleza y debilidad son caras de la misma moneda. Irán pierde mucho si
cae el régimen de Hafez el Asad en Siria -su único gran aliado en la zona-, pero
puede salir ganando en Irak si el régimen chií logra mantener la unidad del
país. Ahmadinejad está débil, no ya ante Jamenei, sino ante el mundo entero,
pero, aún así, se cree con fuerza suficiente para desencadenar el caos en
Oriente Medio si Israel y Estados Unidos rompen hostilidades. Por eso acaba de
visitar un fragmento de América Latina.
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