viernes, 23 de diciembre de 2011

"El conservador revolucionario"

(Prólogo para el libro de J. A.Sorolla sobre Sarkozy)

Marzo, 2011                       

M. A. BASTENIER
Nicolas Sarkozy es un poliedro sobre el que el periodista José Antonio Sorolla hace una cala que de tan concienzuda casi asusta, en cada una de sus caras. A una por capítulo. Jamás un periodista francés –ni de ninguna otra nacionalidad- había hecho una revisión tan a fondo de la obra y personalidad de un político o estadista español, y difícilmente incluso de su propio país. Y si en el mundo hubiera justicia, este libro habría de convertirse rápidamente en un clásico, en la versión universal de lo que es y significa el presidente de la V República francesa, y no únicamente para los lectores de habla castellana.
    ¿Cuáles son los sentimientos del autor sobre el personaje? Me parece difícil tomarse el trabajo ímprobo que se ha tomado sin que sienta una fuerte atracción hacia ‘Sarko’, lo que no significa necesariamente aprobación o simpatía. José Antonio es, en cualquier caso, un profesional y su objetivo no es juzgar para preferir o desdeñar, sino interpretar y explicar. Y para ello deja al lector con la abrumadora sensación de que lo ha leído todo, escrutado todo, recopilado toda voz relevante para la obra, y que ha destilado esa suma de conocimientos en una narración fría en la técnica, aguda en la selección de instantáneas o viñetas, y exhaustiva en la investigación de los por qués y los cómos. Nos hallamos, por ello, ante un mega-reportaje en el que se combinan todos los géneros del quehacer profesional hasta construir un ejemplar de periodismo río o periodismo total. Así es como sucesivamente encontramos los datos de base necesarios –el género noticioso, no interpretativo- sin los que la obra sería un ensayo-; la narración basada en las mejores fuentes del Sarkozy presidente, desde sus relaciones con la sociedad y el dinero hasta la hipérbole permanente de su manera de ser –lo que equivaldría al género crónica, de carácter interpretativo-; y, por último, lo vivido, el aire de París, las formas diversas de ser francés, de la naturaleza de una nación qué se interroga sobre todo aquello que el resto del mundo da por sobrentendido, y que se dan cita como en un caleidoscopio en la figura presidencial –aquí, el género reportaje, en el que el periodista toca físicamente la realidad-. Lo que tenemos en las manos no es ni solo información con una pátina de visión personal del autor, ni estudio psicoanalítico con algún que otro dato para que el texto no parezca una divagación, sino un compacto de todos esos elementos: lo que hizo, lo que otros entienden que hizo; y el condensado final que Sorolla aprecia en ese poliedro que nunca cesa de reinventarse a sí mismo que es Nicolas Sarkozy.
    Ese elemento de lo vivido es esencial para la obra porque habitualmente topamos con tanto libro de libros, recopilación de poltrona de todo lo sabido y publicado. José Antonio Sorolla, muy diferentemente, ha sido corresponsal en París en dos periodos diferentes para otros tantos grandes periódicos españoles, y se ha pateado la capital y el hexágono entero para pergeñar fenómenos tanto o más que describir acontecimientos, modos de ser más que declaraciones, sociedad más que la política de los políticos. ¿Es el presidente Sarkozy un conservador revolucionario o un revolucionario conservador? Salvando las distancias, un Cánovas que sabe que hay que innovar dentro de la continuidad; o un Sagasta que quiere preservar el país de siempre con cuatro adornos reformistas. Sorolla no pretende hallar la respuesta, y no tanto porque a título personal no la tenga, como porque sabe que el mejor periodismo es el que se agota en el recorrido, que excluye las conclusiones irreversibles; como una ‘road movie’, todo trayecto sin pretensión de llegar a ninguna meta.
   Las dos caras en las que se podría resumir el poliedro ‘Sarko’ muestran, sin embargo, una gran identidad de fondo. El presidente quiso parecer norteamericano y neoliberal cuando no era ni una cosa ni otra, pero tampoco lo contrario. Y los de verdad conocedores sabían, como Sorolla, que en Francia nadie se puede salir completamente de la matriz gaullista que es una especie de ADN del francés medio, tanto como que la primera magistratura ‘degaulliza’ irremisiblemente a sus ocupantes. El gaullismo-partido ha dejado paso al gaullismo de condensación atmosférica, igual que ‘la hija primogénita de la Iglesia’ ha erigido en religión la laicidad.
   Y como nada ni nadie nace por generación espontánea y los periodistas se hacen trabajando, valgan dos palabras sobre el pedigrí de José Antonio. Hubo desde los años 60, pero mucho más intensamente en los 70 y 80 una verdadera ‘escuela de Barcelona’ del periodismo. A ella pertenecieron tantos y tan buenos periodistas, que no oso hacer aquí una relación ni medio completa, pero cuyo progenitor indiscutible fue Josep Pernau, hoy retirado, y por cuyo intermedio, si él fue el padre, llegaron los genes de Manuel Ibáñez Escofet, a quien los más mayores, como yo, solo conocimos efímeramente. A esa promoción-generación, en la que obraba también con su magisterio internacional, Mateo Madridejos, perteneció el gran creador de El Periódico de Catalunya, Antonio Franco, prematuramente semi-retirado, que fue quien recrió a José Antonio, cuando ambos fueron, respectivamente, director y director adjunto de su periódico. Y es que, aunque en esta concepción del periodismo las cosas resulten frecuentemente inescrutables, nunca ocurren por casualidad.   
   
   

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