sábado, 10 de diciembre de 2011

En septiembre a la asamblea

M. A. BASTENIER
La AP pretende que la asamblea general de la ONU apruebe en septiembre la creación de un Estado palestino en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este, territorios ocupados por Israel en la guerra de 1967. El organismo que preside Mahmud Abbas reconocía así el fracaso de la opción norteamericana -a la que se encomendó el fundador, Yaser Arafat, para que resolviera el conflicto- como demuestra la incapacidad del presidente Obama de hacer que se muevan las piezas del ajedrez israelí. Pero las posibilidades de que la Autoridad Palestina consiga su propósito son muy grandes. Más de 120 países la reconocen ya, y el resultado de la votación podría resultarle escandalosamente favorable.
    El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, contratacaba acusando a los palestinos de desoír el mandato de la ONU de que las partes pusieran fin al contencioso por medio de conversaciones directas, con lo que la iniciativa equivaldría a un intento de deslegitimación de Israel. La fundación del Estado sionista fue  aprobada, sin embargo, por esa misma asamblea el 29 de noviembre de 1947, resolución 181; e, igualmente, el Consejo de Seguridad ordenaba por la resolución 242, en 1967, que el ocupante se retirara de todos los territorios. La teoría de que Israel, basándose en una redacción más o menos ambigua del texto, esté autorizado a retirarse de lo que le dé la gana, se halla universalmente desacreditada.
    Netanyahu parece inclinarse -si lo ‘peor’ sucede- por ignorar la votación, práctica de la que Israel sabe mucho. Otros ministros, como el responsable de Exteriores Avigdor Liebermann, preferirían una política más proactiva como reocupar y anexionarse lo que resta de Cisjordania bajo administración de la AP. Y tanto el ex primer ministro Ehud Barak, que sostiene que la votación sería “un tsunami” para Israel, como el presidente Simón Peres, argumentan que hay que anticiparse a la iniciativa palestina haciendo propuestas de paz que sean verosímiles y permitan reanudar las negociaciones olvidando los idus de septiembre. Napoleón decía, refiriéndose a la búsqueda francesa de ‘fronteras naturales’, que “los Estados hacen la política de su geografía”; pero el líder del Likud actúa exactamente a la inversa: ‘hace la política de su geografía’, con la ocupación y asentamiento del territorio que codicia. Igualmente, cabe vincular esa expectativa de votación tan negativa para Washington, con el reciente anuncio de que EE. UU. ha negociado en Catar y Alemania con dirigentes talibanes, así como con la prevista aceleración de la retirada de Afganistán. La conexión entre la guerra afgana, la ocupación de Irak y el problema de Oriente Próximo, es muy real, aún en  su impotencia, para la diplomacia de Barack Obama.
   El ministro de Exteriores palestino Ryad al Malki, estuvo la semana pasada en Madrid para trabajarse el voto europeo. Y se sentía tan seguro de la posición española, que le pidió a su hómologa, Trinidad Jiménez, que tratara de motivar a otros países de la UE a favor de su causa. América Latina se supone que votará casi al completo por la resolución; la mayor parte de Estados africanos y asiáticos harán otro tanto; y Estados Unidos e Israel, más algunos acólitos, en contra, por lo que el voto de calidad habrá que buscarlo en Europa. Al este y al centro no faltará quien siga la estela norteamericana; los nórdicos se inclinan por la AP; y en el Mediterráneo debería haber votos favorables como el de Grecia, si el rescate económico le permite pensar en otra cosa. Eso nos remite a Gran Bretaña, Francia, Italia y España. Los británicos ya se abstuvieron en 1947 como potencia mandataria saliente; Francia flota entre la abstención y el voto pro-palestino; el primer ministro italiano Silvio Berlusconi, con tanto referéndum perdido, es imprevisible; sería ocioso señalar lo que cabe esperar de España, y que Francia haga lo que quiera.
    Menos claro está, sin embargo, el día después. Al Malki afirma que el nuevo pero intangible Estado palestino, sin perjuicio de que estuviera dispuesto a reanudar las negociaciones, pediría de inmediato su ingreso en la ONU. Y ahí entra en juego otra vez Estados Unidos, que podría vetar ese movimiento en el Consejo de Seguridad. Al Malki dice que “Obama entiende bien el conflicto”, pero “no ha sido capaz de cumplir sus promesas”. Ante la perspectiva del veto, el ministro no podía mostrarse más pesimista: “Habría un gran riesgo de que la situación se descontrolara”. En su castellano casi impecable, aludía con su tacto característico al estallido de una tercera Intifada.  
              

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