M. A.
BASTENIER
El País, 28 de marzo de 2012
El viaje de
Benedicto XVI a Cuba agradece buen número de interpretaciones, pero todas con algo
en común: el Vaticano apoya el proceso de reformas de Raúl Castro, que, si en
lo político es muy limitado, en lo económico hace ya de la isla un lugar muy
diferente del que visitó Juan Pablo II en 1998. Cerca de 300.000 negocios por
cuenta propia se han registrado desde 2010.
El plan, presentado en noviembre de hace
dos años, prevé un castrismo sin los Castro, en el que la isla evolucione hacia
una economía mixta –a la china-; el partido comunista no atosigue con su férrea
mano al Estado; los gobernantes no puedan ejercer más de dos mandatos; aparezcan
crecientes espacios de debate; y los actores sociales adquieran la autonomía que
sería entonces imprescindible. Un ‘atado y bien atado’ a la cubana. Fuentes
‘liberales’ del régimen reconocen, sin embargo, que nadie sabe cuál es el punto
de destino de esa posible evolución; que para no levantar ronchas en la Vieja
Guardia, se prefiere emplear el término `actualización’ en vez de `reforma’; pero,
también, que los sucesores de los hermanos Castro difícilmente tendrán la
legitimidad y autoridad necesarias para controlar ese proceso. Puestos a nombrar
lo desconocido, hay quien en la isla habla de ‘democracia deliberativa’, y otros,
más artísticos, de ‘cubaneo’, lo que exige en ambos casos una descentralización
profunda.
El Vaticano, a quien interesa por encima
de todo la libertad pastoral, aspira a re-evangelizar Cuba y una América Latina
en la que el protestantismo le arrebata feligresía sin cesar, pero que aun
agrupa al 35% de los 1.200 millones de católicos que la Iglesia tiene censados.
Y así es como se ha inaugurado el primer seminario fundado en el país en el
último medio siglo, San Carlos y San Ambrosio, cerca de La Habana; se especula
con que el pontífice eleve a ‘venerable’ al sacerdote Félix Varela, uno de los
precursores de la independencia, que comenzó como monárquico partidario de
Fernando VII y murió como republicano al frente de una parroquia de Estados
Unidos mediado el siglo XIX; no recibirá a disidentes, igual que hizo caso
omiso de una carta firmada por 750 activistas de los derechos humanos, en la
que se le pedía que no confortara la dictadura con su visita. La jerarquía
cubana ya se había abstenido de condenar en 2010 la muerte por huelga de hambre
de Orlando Zapata, y el mismísimo Jaime
Ortega, cardenal y arzobispo de La Habana, glosaba en febrero del año pasado
“la buena marcha” de la reforma. Como moneda de cambio, o no, la Iglesia obtuvo
–conjuntamente con el Gobierno socialista español- la libertad de 115 presos
políticos.
El Papa llegaba a La Habana, y no por
casualidad, después de que se aprobara el plan de reforma, así como de que se
confirmase a Raúl como presidente y sucesor de Fidel, en el VI Congreso del
partido comunista cubano, celebrado en abril de 2011. Brasil, con visitas
oficiales y medidas declaraciones que reivindicaban su soberanía internacional
ante Washington, es la otra potencia que deposita su confianza en esa evolución
del pos-castrismo.
El ambiente ‘fin de reinado’ –el del
castrismo clásico- lo refuerza el propio Fidel con la publicación en los
últimos seis años de cuatro libros de memorias: ‘Biografía a dos voces’ con
Ignacio Ramonet, en 2006, ‘La ofensiva
estratégica’, y ‘La victoria estratégica’ en 2010, y este año, ‘Guerrillero del
tiempo’. Ese legado se presenta nada menos que como la historia de la nación en
forma de autobiografía del fundador y patriarca. Pero las dificultades para que
ese plan, relativamente abierto, se realice son considerables. La salud del
presidente venezolano, Hugo Chávez -el del petróleo a precios de saldo- y su
eventual derrota en las elecciones del próximo octubre le harían mucho daño a una
transición que solo puede justificarse por el éxito económico. Y, finalmente,
hay que contar con dos clases de radicales que quieren que el plan fracase. Los
de Miami, que aborrecen cualquier intento de reforma para que el régimen se
ahogue en su propia impotencia, y a la muerte del último Castro se extinga por
sí mismo; y los de la isla que, con el establecimiento de algún sistema
meritocrático, temen perder los privilegios con los que se premia la fidelidad.
El exalumno de los jesuitas del Colegio de
Belén recibirá probablemente cuando se compruebe si funciona el plan sucesorio,
lo que tanto le preocupa: el veredicto de la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario