M. A.
BASTENIER
El País, 27 de junio de 2012
El próximo
domingo habrá nuevo presidente en México y el sábado pasado Paraguay cambió el
suyo. No puede haber, sin embargo, mayor disparidad entre ambos acontecimientos;
tanta como lo que separa un proceso como el mexicano, plagado de dificultades pero
que avanza hacia su plena consolidación democrática, en comparación a una
democracia electoralista como la paraguaya,
en la que la sorprendente elección en 2008 del exobispo, Fernando Lugo, políticamente
tan inexperto como bien intencionado, sembró el pánico entre la clase política,
hasta el punto de que ha creído necesario destituirlo, eso sí dentro de tan
estricta legalidad como evidente ilegitimidad.
El proceso político mexicano presenta tres
grandes opciones válidas y diferenciadas. De entre ellas, es sumamente difícil
que gane el PAN, representado por Josefina Vázquez Mota, porque la victoria de
la candidata derechista daría al partido un tercer sexenio consecutivo, cuando
el segundo, el de Felipe Calderón, está por concluir con el desastre de la
guerra contra el narco y 50.000 muertes en los últimos seis años; no lo tiene
más fácil Andrés Manuel López Obrador, candidato del izquierdista PRD, con sus
constantes bandazos entre su enigmática invocación a una “república amorosa” y
el recuerdo de la insurrección de granguiñol con que adornó su derrota ante
Calderón en 2006; y, aún con visibles
carencias de aplicación y estudio, el gran favorito es Enrique Peña Nieto, del
PRI, que a la fuerza hace de centro por indefinición programática de su partido,
al tiempo que asume un eslogan político de
cinismo solo concebible en un país
de arraigado hispano-catolicismo: “seremos corruptos, pero sabemos gobernar”.
El PRI, que durante 70 años fue lo que el sociólogo mexicano Roger Bartra
calificaba de “oficina electoral centralizada para el reparto de beneficios”,
ha sabido convertirse, sin embargo, en un verdadero partido, que se apoya en
una coalición de gobernadores de Estado, y que, como el partido comunista en
Rusia pero sin la carga del naufragio marxista-leninista, forma parte de la propia
urdimbre nacional del siglo XX y de la Revolución mexicana (1910-1924).
En
Paraguay lo desconcertante fue que ganara un perfecto ‘outsider’ como el
antiguo prelado. El país había conocido la longeva dictadura del general
Stroessner, cuya caída sintonizó con la del comunismo europeo en 1989, y a
quien sucedió una democracia de bajísima
intensidad, en la que se eternizaba en el poder el partido Colorado, que ya
había dirigido el general. Con los números en la mano, Lugo no debería haber
alcanzado jamás la presidencia, porque en su candidatura había de todo menos
‘luguistas’ y sí, en cambio, una mayoría de miembros del Partido Liberal
Radical Auténtico, que es una de las múltiples formas que adopta la derecha de
los propietarios en América Latina, y cuya principal razón para acarrear
sufragios era oponerse al Coloradismo. Y aunque Lugo no haya cambiado gran cosa
en una gobernación que le venía ancha como una estola, con sus propósitos
bastaba. Los llamados liberales y la facción más derechista del partido
Colorado, que inspira Horacio Cartes, se han aliado para juzgar en el Senado y
destituir al presidente. La excusa, como en el caso del presidente hondureño
Manuel Zelaya, derrocado en 2009 por un referéndum que dicen que quería
convocar, en Paraguay ha sido una masacre ocurrida en el desalojo de una finca
propiedad de un exsenador Colorado. Y la razón de fondo que Lugo, de nuevo
comparable a la gesticulación chavista del presidente hondureño, alentaba con
declaraciones poco avisadas la ‘okupación’ de fincas.
Finalmente,
el objetivo de la mayor parte de la clase política ha sido tanto en Paraguay
como en Honduras, destruir al aguafiestas, pese a que unas elecciones próximas
–en el caso paraguayo en 2013- habrían dirimido la disputa por el poder.
Porfirio Lobo sucedió a Zelaya, normalizando con cuentagotas la situación
internacional de su país, y se pretende ahora algo similar con quien, Colorado
o Liberal Auténtico, trate de remplazar a Lugo el año próximo. Pero el
aislamiento de los ‘golpistas legales’ en América Latina es hoy casi total.
Los mandatos de Vicente Fox y Felipe
Calderón en México, cualesquiera que hayan sido sus peores errores, han asistido
a una explosión de los medios que hace virtualmente imposible -quien quiera que
gane el domingo- el repliegue al tiempo de ‘la dictadura perfecta’, que dijo
Vargas Llosa. En Paraguay el Estado de Derecho es, diferentemente, una flor de
estufa al que no puede dar todo el calor que necesita un solo hombre, por muy
episcopal que haya sido.
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