M. A.
BASTENIER
El País, 11 de abril de 2012
¿Cómo
resistir a la tentación de comparar la decadencia, o la desorientación de
Francia, con la personalidad de sus candidatos a la presidencia? Pero el
desleimiento de Francia puede verse también como una forma epigonal del
decaimiento de Europa. Si queda un resto de pareja formalmente directora de la
UE - la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy-
es porque Berlín se siente más cómodo compartiendo el fardo de la crisis, mientras
el país avanza hacia su plena libertad
de acción internacional. Si un día se habló de europeizar Alemania, hoy tocaría
hacerlo de la germanización de Europa.
En menos de dos semanas comenzará el
proceso electoral francés, y hay que decir proceso porque en primera vuelta
solo se ganará a los puntos y hasta la segunda vuelta en mayo no se sabrá quién
se enroca en el Elíseo. Tan solo el presidente Sarkozy, derecha pos-gaullista,
y François Hollande, socialista de oficio, pueden revalidar o alcanzar esa
dignidad, pero hay tres más, el pluscuam-socialista Jean-Luc Melenchon, el
centrista al cuadrado Francis Bayrou, y Marine Le Pen, segunda generación de
xenofobia, que luchan pensando en el día de mañana, y son los que ‘elegirán’
vencedor.
El candidato socialista es serio, decente,
trabajador y posee todos los atributos para ser un buen presidente de Francia,
excepto parecerlo. Sarkozy es poco serio, vulnera los límites de la impropiedad
como cuando ataca con electoralismo anti-europeo a España, y aún más que
trabajador, hiper-expansivo, ha podido parecer en algún momento presidencial. En
2007, cuando se sacó su primer periodo, vendió un producto diferente, que podía
llamar la atención del ciudadano como la portada a color de una revista. Su
mandato tenía que ser el de la transparencia, el votante sabría siempre en qué
andaba su presidente, pero en cambio ha sido el de la prensa del corazón,
golosa de explotar la imagen de su esposa Carla Bruni, con la aparente
complacencia del propio Sarkozy. El líder conservador desacralizaba peligrosamente
con ello la jefatura del Estado hasta convertirse en un presidente coloquial. Y
Francia mal puede apreciar esa mudanza. Más asumible puede haber sido otro gran
rasgo de su gobernación: el atlantismo, en nombre del cual reintegró Francia al
mando militar de la OTAN, enterrando definitivamente el gaullismo. ¿Cabe
imaginar al general De Gaulle, Mitterrand o incluso Chirac participando con el
entusiasmo de Sarkozy en el cerco norteamericano de un Irán, del que solo se
sabe que enriquece átomos?
Hollande, que nunca ha sido ministro ni desempeñado
cargo público relevante, es un intelectual laico, que no logra desembarazarse
de un cierto aire burocrático. Habla bien, sabe lo que dice, es centrista
dentro de una izquierda compasiva y moderada, pero se maneja mejor en el cuerpo
a cuerpo que en la media o larga distancia de los mítines. Hace unos días
compartió atril con su antigua compañera, Segolène Royal –derrotada como
candidata socialista por Sarkozy en 2007- y sus esfuerzos por mostrarse natural
eran más rictus que actitud.
Más allá de la pareja principal, aquella
terna de candidatos aspira a obtener resultados cuando menos respetables.
Bayrou, que se difumina progresivamente entre Sarkozy y Hollande, será crucial
porque quien de ambos muerda más en segunda vuelta de su voto centrista,
tendría mucho ganado; Le Pen, cuyo Frente Nacional, crecientemente
inter-clasista y más cerca del presidente que del aspirante, confía en superar
los 12 o 13% de sufragios para hacer algo más que salvar los muebles; y
Melenchon que, con el 15% que le adjudican las encuestas, sería el vencedor
moral de esa primera vuelta, se hallaría en disposición de refundar un nuevo partido
socialista a la izquierda del socialismo. El candidato de esa retórica veterana
suena hoy a un híbrido entre Robespierre y De Gaulle, aunque para sus
detractores recuerde más bien a Scaramouche. Pero solo la aportación de ese
acopio de votos le daría la opción a Hollande de rebasar en segunda vuelta el
50%.
Sarkozy parece haber interiorizado la
hegemonía alemana en la dirección de la UE. El candidato socialista,
diferentemente, ha llegado a decir que había que revisar los recientes pactos
europeos, dentro de los cuales casi nadie niega que es muy difícil practicar una
política de izquierdas, pero Hollande en el poder tendría seguramente un gran
problema para decir que no a Merkel. Si Francia solo sirve ya para
lugarteniente de ocasión en una Europa, alemana o no, en delicuescencia, la
latinidad y España, en particular, tendrían sobrados motivos para lamentarlo.
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