El País, 6 de junio de 2012
A comienzos
del siglo pasado Theodore Roosevelt vaticinó precozmente que el Pacífico iba
sustituir al Atlántico como gran mar del quehacer mundial. Pero el presidente
de Estados Unidos quería decir que el Pacífico sería en ese siglo ‘norteamericano’.
Su país se había anexionado Hawai y ocupado las Filipinas y otros archipiélagos
españoles en la guerra de 1898, y habría de convertir Guam en su gran base
aeronaval en esas aguas. Para que el Pacífico se hiciera, sin embargo, asiático
tenía que despertar China. Y lo que con las turbulencias del fin de la dinastía
manchú en 1911 y la proclamación de la república era impensable, está
ocurriendo ante nuestro ojos.
Hoy, en el Observatorio de Paranal,
desierto chileno de Atacama, los presidentes Juan Manuel Santos de Colombia,
Felipe Calderón de México, Ollanta Humala de Perú, y Sebastián Piñera de Chile firmarán
el Acuerdo para la Alianza del Pacífico, que, además de proponer una profunda integración
económica de esos países, toma posiciones ante las extraordinarias perspectivas
de negocio, centradas en China, que el océano de Balboa ofrece. Los cuatro
firmantes, que van desde un indefinido centro-izquierda (Perú) a un prudente centro
derecha (los tres restantes) forman un bloque de más de 200 millones de
habitantes, renta per cápita de casi 10.000 euros, un tercio del PIB de América
Latina, y un 50% de su comercio exterior. ¿Pero qué China es la que aguarda?
China, el nuevo ‘taller del mundo’ -como se
denominó en el siglo XIX a Inglaterra- recibía en 2000 el 9% del comercio
exterior latinoamericano, hoy, en
cambio, pasa del 20% y puede desplazar en 15 o 20 años a Europa, que aún
acredita la mitad de esas transacciones. En los últimos cinco años Pekín ha
concedido a América Latina créditos por más de 50.000 millones de euros,
vinculados principalmente a la producción de alimentos, así como está
interesado en invertir en infraestructuras para mejorar su aprovisionamiento de
materias primas. El interés chino por favorecer la industrialización latinoamericana
es, obviamente, nulo. En el Pacífico Sur, que en gran parte reivindica China,
se calcula que hay reservas de 130.000 millones de barriles de crudo y 25
billones de metros cúbicos de gas; pero también y en gran parte por ello, se
incuba una novísima Guerra Fría entre Estados Unidos y el Celeste Imperio. Hay
una base de marines en Port Darwin (Australia) y el presidente Obama anunció en
noviembre pasado la reorientación de los intereses exteriores de Washington –en
detrimento ¿de quién, si no de Europa?- hacia el Pacífico. Y China, que botará
este año su primer portaviones, reafirma incesantemente su particular versión de la
Doctrina Monroe: “China para los asiáticos. ¿Cómo se ve el mundo desde Pekín? Gírese
el mapamundi hacia la izquierda para que en vez de darnos de bruces con Europa
occidental, de norte a Sur, Gran Bretaña, Francia y España-Portugal, obsérvese como
el centro del planeta se aloja en el palacio de verano de la capital china, allí
donde mejor se percibe la ley de gravitación universal. Toda una cura para la idea
eurocéntrica de la historia.
Para los cuatro firmantes, a los que pronto
se sumarán Costa Rica y Panamá, esa descubierta encierra diferentes significados
que desbordan lo puramente económico. Es un primer paso hacia la liquidación del euro-centrismo del criollato,
aunque quienes vayan a darlo sean muy mayoritariamente criollos (Santos, Piñera,
y Calderón). Es la suya una negociación Sur-Sur, que puede pasarse de la
intervención del Norte, representado por Europa e incluso Estados Unidos, y
marca una simbólica emancipación intelectual de los antiguos colonizados, no
sin que el lastimoso estado de Europa provoque en algunos actores un
si-es-no-es de satisfacción. En segundo término, esta orientación apunta a nuevas
realidades. Brasil, que lleva años postulándose como prima donna de América
Latina, puede interpretar el movimiento como un ejercicio de compensación: al
gigante próximo de Brasilia se le opone otro más lejano y sin aspiraciones
políticas conocidas como Pekín. En el esquema westfaliano de equilibrio entre
Naciones-Estado, América Latina, pese a las diferencias entre el grupo bolivariano,
Brasil, y el resto, tiene ya unas ciertas hechuras de bloque internacional, y
percibe a China como recurso y jamás amenaza.
Por último, ese nuevo frente exterior
podría facilitar la reincorporación de México, con el presidente que suceda a
Calderón el próximo 1 de diciembre, a la política general iberoamericana, tras
el duradero y narcótico ensimismamiento en su frontera norte. Al bloque de
naciones de habla hispana le haría mucho bien ese regreso.
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